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DIOCESIS DE TAPACHULA

“Rogar al Dueño de las Mies que Envíe Trabajadores a sus Campos”.
XI DOMINGO ORDINARIO
18 DE JUNIO DE 2017

Un señor caminaba hacia el pueblo cargando cántaros y ollas para vender en el mercado. El dueño de una de las pocas camionetas que había en aquel rumbo lo vio y le dijo a su acompañante: “Ahí van caminando 4 litros de gasolina”. “Súbase, amigo”, le dijo. Cuando bajó, le cobró un peso por la carga y otro peso por su pasaje. Sirviendo obtuvo una ganancia. Cosa muy buena. Sirviendo es como hemos de obtener lo necesario para vivir, sin embargo la manera como aquella persona vio al que iba con los cántaros no es la manera como Jesús nos mira y nos pide mirar a los demás. Ver al otro como una fuente de ganancias es una gran injusticia hacia su persona, y con mucha frecuencia nos lleva a cometer grandes injusticias en el trato. ¿Cuál es la manera como Jesús nos mira? Leamos con atención y gratitud esta página del Evangelio de San Mateo:
En Aquel Tiempo, al ver Jesús a las multitudes, se compadecía de ellas porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: “La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”. Después, llamando a sus doce discípulos, les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias. Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero de todos Simón llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo: Felipe y Bartolomé; Tomas y Mateo, el publicano; Santiago hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón el cananeo, y Judas Iscariote, que fue el traidor. A estos doce los envió Jesús con instrucciones: “No vayan a tierra de paganos ni entren en ciudades de samaritanos. Vayan más bien en busca de ovejas perdidas de la casa de Israel. Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente” (San Mateo 9, 36-10, 8).
Al mirar a la muchedumbre, el Señor vio que aquellas gentes “estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor”. El mirar de Jesús es atento, un mirar que acoge a quien está ahí enfrente, que capta lo que la persona está viviendo en ese momento. Jesús no solo ve el cansancio y la desprotección de aquellas gentes, sino que descubre la causa de la situación que viven: andaban como ovejas sin pastor. Caminar sin saber a dónde ir es sumamente cansado: la incertidumbre desilusiona. Jesús se compadece de aquella gente, los mira como suyos y le duele lo que están viviendo. Así es el Señor Jesús. Al vernos, no solo mira el momento que vivimos, sino nos mira de Él y siente suyas nuestras cargas. Padece con nosotros. Por esto, el Papa Francisco nos ha insistido tanto en que vayamos ante el Señor y nos dejemos ver por Él.
Cuando los evangelios nos cuentan la manera de actuar de Jesús, sobre todo con la gente más necesitada, utilizan 3 verbos para describir su conducta: vio, se conmovió y movió las manos para ayudar. En esta página pareciera faltar el tercero de esos verbos: mover las manos para ayudar; pero no. Esas manos somos nosotros, sus discípulos. A los discípulos encargó este tercer momento que culmina su actuar misericordioso, y a cada uno nos llama pronunciando nuestro nombre.
¿Cómo ser esas manos que el Señor mueve para ayudar? Lo primero: “Rogar al Dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”. Sí, lo primero que hemos de hacer es orar: pedir al Señor que cuide de aquellos que son suyos, y cada hombre y cada mujer, sin excluir a nadie, somos del Señor. Sin oración no van adelante nuestros proyectos o propósitos de hacer presente al Señor Jesús. Y luego es Jesús mismo quien nos envía. Él es el Dueño de la mies. Y nos envía con la misma misión que Él realizaba: dar a todos la buena noticia de que el Reino de Dios se ha hecho cercano, y hacérselo sentir así de cercano: “curen a los leprosos y demás enfermos, resuciten a los muertos, echen fuera a los demonios”. Aliviar, levantar, liberar. El Señor nos ha hecho bendición suya y este es el encargo que nos da. Para poder realizar este tercer momento del actuar misericordioso de Jesús, son necesarios los otros dos: mirar a los demás como Jesús nos mira, con un mirar que hace nuestro el sufrimiento de nuestro prójimo.
Hoy es el Día del Padre. En nuestra oración pedimos al Señor que les bendiga, que escuche sus súplicas. ¿Qué anhela un buen papá en su vida? El libro de los Proverbios nos presenta estas palabras de un papá a su hijo: «Hijo mío, si se hace sabio tu corazón, también mi corazón se alegrará. Me alegraré de todo corazón, si tus labios hablan con acierto» (23, 15-16). Lo que llena de sentido la vida de un buen papá es haber transmitido al hijo un corazón sabio. El Papa Francisco nos dice que este padre le dice a su hijo: «Seré feliz cada vez que te vea actuar con sabiduría, y me emocionaré cada vez que te escuche hablar con rectitud. Esto es lo que quise dejarte, para que se convirtiera en algo tuyo… Soy feliz de ser tu padre».
¡Felicidades, queridos Papás. El Señor les bendiga en su esposa y en sus hijos!

+Leopoldo González González
Obispo de Tapachula

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