Ana Vanessa Cárdenas Zanatta
A pesar de las transformaciones en el mundo, los cambios en el equilibrio de poder, la emergencia de nuevos actores internacionales, avances en las comunicaciones, el desarrollo del Derecho Internacional Humanitario y de la aparición de múltiples organizaciones de DDHH, seguimos entrampados en los mismos conflictos, repitiendo los mismos discursos equivocados y revictimizando a las mismas poblaciones, como siempre.
Desde antes de la formación del estado de Israel en 1948 hasta el día hoy, el derecho a tener un estado parece una discusión interminable, no sólo en el caso de los judíos y de los palestinos, sino de muchas otras naciones sin estado, que van desde los kurdos y saharauis hasta los pueblos indígenas.
En estos días como desde hace un siglo, vuelve a ser noticia el conflicto entre Israel y Palestina, a pesar de que esta vez se trata de un ataque perpetrado a Israel no por los palestinos sino por Hamás, un grupo radical considerado terrorista por EUA y la UE. Un escenario que por casi un siglo ha dejado diariamente una gran cantidad de víctimas civiles y que, desde occidente solamente se vuelve titular cuando ocurre algún hecho que destaca por su espectacularidad en la forma de infligir violencia, como lo fue este sábado 7 de octubre el ataque de Hamás a Israel. La utilización de más de 2500 cohetes, parapentes motorizados, la toma de rehenes internacionales y las infiltraciones por aire, mar y tierra incluso en espectáculos musicales para asesinar a sangre fría obligaron a occidente a detenerse a observar y preocuparse por la posibilidad de una guerra que pueda llegar a afectar la economía mundial.
Conocemos tanto y entendemos tan poco sobre la situación de esta región. Los medios, las RRSS y las reuniones sociales han dedicado largos espacios a lo que ocurre en Gaza, Cisjordania e Israel, y en la mayoría de los casos enterándose de en dónde se encuentran, emitiendo opiniones y juicios, sin ni siquiera conocer las diferencias entre árabes, palestinos, sunitas, chiitas, persas e incluso muchos «analistas» y «periodistas» utilizando frases que abonan a la confusión y creación de estereotipos.
Hace unos meses titulé una de mis columnas «¡Qué difícil es pensar en Cuba¡», hoy se repite esa sensación mientras escribo este texto: ¡Qué difícil hablar de Israel y Palestina¡ y es que, en ambos casos, existe una gran sensibilidad y polarización, lo cual imposibilita los acuerdos y suma a la complejidad de resolución. La violencia y la falta de consenso no se limita sólo al espacio geográfico en cuestión, sino que la hemos observado entre los panelistas en los medios, en los chats de amigos y en las representaciones diplomáticas de ambos actores que no han cesado de inconformarse por el tratamiento y las declaraciones de los jefes de estado en torno a lo ocurrido en la región.
Por lo anterior, estas líneas las dirijo no a la culpabilidad de los actores políticos que a todas luces han fallado y que nos enseñan que la combinación de extremismos son una fórmula peligrosa. Sino a la reflexión sobre la responsabilidad que desde nuestras propias trincheras tenemos y que va desde la indiferencia y/o la cómoda neutralidad ante los diarios abusos a los DDHH, las violaciones al Derecho Internacional y a la total condena de la violencia en cualquiera de sus formas, sin pasar por el tamiz ideológico que sirve como bálsamo de conciencia dañando la capacidad de horrorizarnos ante el sufrimiento, no de palestinos e israelíes, sino de millones se seres humanos durante décadas.
Así las cosas, qué difícil y que necesario hablar de Israel y Palestina, pero hablar siempre y con los términos correctos, con un enfoque en la paz y de protección a las víctimas. Sun