sábado, mayo 4, 2024
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La Pederastia y los Pecados de Benedicto XVI

Bernardo Barranco

El papa Benedicto XVI se encuentra bajo asedio. Es grave la acusación contra Joseph Ratzinger de haber encubierto a cuatro sacerdotes pedófilos cuando era arzobispo en Múnich, entre 1977 y 1982. Por primera vez en la historia reciente de la Iglesia se acusa de manera contundente a un papa del peor de los oprobios, es decir el encubrimiento a sacerdotes criminales pederastas. El santo inquisidor ahora está sentado en la silla de los acusados.
El papa emérito Benedicto XVI, a sus 94 años de edad, es presuntamente responsable de varios errores, omisiones e inacción en la gestión de los casos de pederastia ocurridos en su desempeño como pastor. Así lo sustenta el informe publicado encargado por la arquidiócesis a un equipo de abogados del despacho Westpfahl Spilker Wastl (WSW), que fue presentado el jueves 20 de enero último.
Es una extensa investigación de más de mil páginas sobre los ­abusos de pederastia clerical cometidos entre 1945 y 2019 en la diócesis de Múnich, una de las más pujantes de Alemania. Se registran al menos 497 víctimas de abusos de 235 religiosos victimarios.
Ratzinger, anciano y enfermo, enfrenta una vez más el juicio de la historia. Es considerado una de las mentes teológicas más brillantes del siglo XX, comparable a Hans Kung; ambos fueron jóvenes asesores teológicos progresistas durante el Concilio Vaticano II. Su natal Alemania se distingue por ser particularmente crítica a los giros conservadores que fue asumiendo Joseph Ratzinger a lo largo de su vida, por su acercamiento y encumbramiento al poder eclesiástico. Primero como cardenal, después como prefecto de la Sagrada Congregación de la Fe (exsanto oficio) y posteriormente como pontífice.
Las acusaciones que se le imputan no son nuevas. Por lo menos tiene cerca de 12 años que el semanario Der Spiegel, atribuyó responsabilidades en al menos cuatro casos de curas depredadores. Durante años Joseph Ratzinger, el papa en retiro, ha rechazado acusaciones históricas de indolencia y encubrimiento cuando fue arzobispo en Múnich. Recluido en el monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano, y con pocas energías, se ha defendido. Sin embargo, el nuevo reporte del despacho de abogados (WSW) lo incrimina con pruebas contundentes. Al grado que tuvo que rectificar, recientemente, parte de su alegato.
La Santa Sede hizo saber que todavía “no conoce el contenido” del informe, pero reiteró su vergüenza y remordimiento por los abusos sexuales contra menores en la Iglesia. Según declaró Matteo Bruni, portavoz del Vaticano. Muchos están extrañados, esperaban una defensa resuelta de Francisco en favor de su antecesor. Hasta ahora hay silencio. Sólo el cardenal Gerhard Muller, prefecto emérito de la Congregación de la Doctrina de la Fe, manifestó: “Hay personas y grupos en Alemania, y otros lugares, que quieren dañar a Benedicto. Es obvio que, si hubo errores, él no los conocía… no hizo nada malo deliberadamente”, dijo el purpurado alemán.
El primer pecado de Ratzinger es evidentemente el encubrimiento a depredadores. De comprobarse las imputaciones del informe, el entonces cardenal Ratzinger hizo lo que en ese tiempo hacían todos los obispos de la Iglesia. No demos tantas vueltas. Era el reinado del ocultamiento y el silencio. Es decir, la práctica eclesial de encubrir, subestimar acusaciones, trasladar a los abusadores a otro lugar –donde luego podrían repetir el hostigamiento– sólo para defender la imagen de la Iglesia. Había poca sensibilidad hacia el sufrimiento de las víctimas, quienes eran tratadas de manera hostil. Los niños ni las víctimas importaban. Lo que resguardaban era el buen nombre de la Iglesia.
Los defensores de Benedicto XVI refutan, pues precisamente la pederastia fue la marca de su pontificado. Como ningún pontífice, impuso la llamada “tolerancia cero”, endureció sanciones, modificó cánones y dictó nuevas leyes que penalizaban los abusos a menores. Aquí aplica el dicho que no es lo mismo ser Ratzinger en Alemania que Benedicto XVI en Roma. A pesar de todo, no fue severo. En los dramáticos casos del mexicano Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, y del arzobispo de Washington, Theodor McCarrick, teniendo evidencias plenas de su comportamiento desenfrenado, sólo les impuso el retiro, llevar “una vida de oración y penitencia”, que por supuesto no acataron. Ahí Benedicto XVI debió haber procedido con juicios canónicos.
El segundo pecado: Benedicto XVI ha mentido. En entrevista con Peter Seewald afirmó que la Iglesia llegó con lentitud y atraso ante la pederastia porque estaban bien ocultas dichas conductas. Ahí dijo: “Sólo desde aproximadamente el año 2000 contamos con asideros concretos” (Luz del Mundo, Herder, 2010. p. 51). Contrasta con diversos testimonios de víctimas que presentaron denuncias al entonces prefecto desde los años noventa. Aquí en México tenemos el contundente testimonio del respetado José Barba, que a nombre de ocho exlegionarios presentó una denuncia formal el 17 de octubre de 1998, misma que fue ratificada y presentada en texto en latín conforme al protocolo pontificio el 9 de febrero de 1999 por la doctora Martha Wevan, canonista austriaca (Depredadores sagrados, Grijalbo 2021, p.60). Con Aristegui, Barba afirmó: “Hemos sido víctimas no sólo de Maciel sino de Ratzinger y del sistema vaticano que prefiere que ocho hombres inocentes suframos a que miles de católicos pierdan la fe”.
Los pecados de Benedicto XVI son los pecados de la Iglesia. Ratzinger ­refleja un sistema clerical agotado. La retórica de las disculpas, vergüenzas, arrepentimientos y solicitudes de perdón están marchitas. Los escándalos internacionales de Boston, Irlanda, Australia, Canadá, Francia y ahora Alemania, entre muchos otros, nos revela un rostro criminal de la Iglesia. Una religión que no tiene credibilidad está acabada. Aquí no se trata sólo del retrato de Joseph Ratzinger, sino de la crisis de todo un sistema cuya rigidez e inflexibilidad parece llevar a la catolicidad a un callejón sin salida. La actual crisis es mayor que la de la Reforma en el siglo XVI. La Iglesia debe ­reinventarse y aggiornarse, sobre todo, en materia de sexualidad. Apro

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