Pedro Isnardo de la Cruz y José Antonio Dorantes
Parece que estamos ante nuevos umbrales en la campaña presidencial estadounidense.
El atentado de ayer contra el expresidente Donald Trump y la campaña mediática nacional y dentro del Partido Demócrata presionando la renuncia de Biden a la candidatura presidencial, son dos acontecimientos extremos que pueden conducir a cinco escenarios hasta hace dos semanas imposibles e inesperados:
*En caso de que se confirmen ambos en la posesión de las candidaturas del Partido Demócrata y el Partido Republicano y a pesar de que uno de ellos gane la elección nacional por mayoría de votos, ninguno alcanzaría el tope para el triunfo en el ámbito decisivo donde se elige Presidente: 270 votos en el Colegio Electoral.
*Biden continúa profundizando la división en el Partido Demócrata y (acaso también por el atentado reciente y su manejo mediático resonante como víctima política) ofrecen un escenario inesperado de consolidación de Trump en sus posibilidades de triunfo en la elección nacional y en el Colegio Electoral.
*Biden, a pesar del continuum en su deterioro psicomediático, sostiene su candidatura con aplomo y logra ofrecer una competencia ganadora a Trump.
*Biden cede su posición y lidera la renovación de la candidatura del Partido Demócrata.
Regresemos a las fragilidades asociadas a la edad y la salud mental de Biden.
Aunque pueda parecerlo, este no es un problema nuevo para las campañas electorales en Estados Unidos.
Ya en 1984 cuando Reagan lucía fatigado por la intensidad de la campaña para reelegirse, muchos expresaron dudas sobre si su edad, 73 años, le permitiría vencer a Walter Mondale, el candidato demócrata 17 años más joven.
En ese momento buena parte de los cuestionamientos se disiparon cuando Reagan abordó con astucia una pregunta de los reporteros sobre si él mismo tenía dudas de sus habilidades para ser Presidente.
El presidente Reagan respondió: “De ninguna manera. Y quiero que sepan que no voy a hacer de la edad un tema en esta campaña. No voy a sacar ventaja política de la juventud y falta de experiencia de mi oponente”.
40 años después el tema de la edad y habilidad del candidato presidencial resurge con fuerza.
El desconcierto y los errores que Biden mostró en declaraciones de alta importancia han generado que integrantes del Partido Demócrata, junto con donadores y recaudadores de fondos, pidan su renuncia.
¿Todavía tiene Biden oportunidad de demostrar que puede ganar a Trump y gobernar con éxito por 4 años más?
Veamos qué dicen las investigaciones en ciencias cognitivas sobre este tema.
El principal problema que Biden enfrenta es que de manera natural tendemos a percibir a los adultos mayores como personas cálidas y cordiales, pero poco hábiles o competentes [Neffinger & Kohout (2013), Compelling People, The hidden qualities that makes us influential, Hudson Street Press, 2013].
Esta percepción se acentúa porque tendemos a interpretar signos aislados de debilitamiento físico o mental como muestras de una tendencia general de declive de sus habilidades.
Finalmente, hay estudios que muestran que cuando se presenta un signo de deterioro físico o mental, opera en nuestra percepción una especie de “efecto precipicio” (cliff).
Debido a este “efecto precipicio” tendemos a pensar que, a partir de ahora, el deterioro se acelerará de forma imparable, aun cuando esto sea falso en la mayor parte de los casos.
(…) tenemos un velo crítico de ignorancia sobre la capacidad de Biden (y de su círculo más íntimo de confianza y de intereses políticos), de engañarse a sí mismo(s) respecto a lo que acontece y las consecuencias políticas de sus decisiones.
Fuera del efecto psicomediático, el daño en la dimensión política a la candidatura de Biden sigue su curso:
¿Se obsesionará con sostenerse en la candidatura obligando a sus partidarios y liderazgos de su partido y candidatos demócratas a alinearse en su barco?
¿Cederá el paso a su vicepresidenta Kamala Harris?
(…)
No podemos omitir el atentado de ayer al expresidente Donald Trump en el mitin de Butler, Pennsylvania.
Este acontecimiento evidencia que la polarización echó raíces como violencia política e ideológica inclemente y puede abrir sus fauces a una espiral de secesión civil electoral, en la que los propios candidatos son llamados también a ser los más visibles y solícitos protagonistas de sus perpetradores.
El efecto precipicio en Biden es silencioso, puede corroer toda tranquilidad aunque se deje dominar por el autoengaño y la persuasión de sus allegados, es acaso el peor de los enemigos de un gobernante porque habita en su intimidad psicopolítica.
El otro precipicio político lo acaba de padecer Trump en carne propia en la lucha descarnada por la presidencia estadounidense. Sun