Luis Carlos Rodríguez, Enviado
Aquí es la penúltima frontera para muchos después de un largo periplo de miles de kilómetros desde sus naciones de origen, de cruzar la selva panameña, de ser acosados por bandas de criminales, pero también por policías y militares que extorsionan y cobran derecho de paso.
Así como es la esperanza que significa cruzar el río Suchiate para llegar a México e iniciar una nueva batalla para evitar ser detenidos y deportados por agentes migratorios y soldados, enfrentar a la burocracia y esperar meses para lograr obtener un estatuto migratorio o salvoconducto que les garantice que no serán acosados en su camino rumbo a Estados Unidos.
A las orillas del río Suchiate, la población guatemalteca de Tecún Umán tiene una muy activa economía por el tráfico de mercancías con su vecina mexicana, Ciudad Hidalgo, Chiapas, la cual es transportada en balsas de madera que flotan gracias a grandes cámaras en un incansable ir y venir por las aguas del afluente; es asimismo el escenario de un silencioso trasiego de migrantes de Centro y Sudamérica, del Caribe, de África y de Europa del este, quienes son los clientes de pequeños hoteles y posadas, cuartos en renta, casas de cambio y redes de coyotes que ofrecen llevarlos a Tapachula e, incluso, hasta Estados Unidos.
En cada esquina de esta ciudad fronteriza, policías y soldados convertidos en una especie de Border Patrol guatemalteca mantienen una férrea vigilancia para detener a los migrantes a pesar de que gran parte de la economía del lugar depende de los extranjeros que usan hoteles, piden comida a fondas, cambian divisas y compran ropa o tenis usados en las decenas de tiendas además de recurrir a bicitaxis.
Frente a la frontera mexicana, a unos 150 metros, montados en una balsa, dos jóvenes matrimonios de venezolanos, cada uno con un bebé, festejan tras subirse para cruzar al límite guatemalteco antes de intentar llegar a Estados Unidos.
Han viajado 45 días desde Venezuela hasta México. Se toman selfies, graban videos, se abrazan, mientras que del otro lado del Suchiate un grupo de la Guardia Nacional mexicana aguarda su desembarco. José comentó a EL UNIVERSAL lo que ocurrió en este viaje: «Cruzamos por Panamá, por la selva del Darién, venimos con mi hijo pequeño -de un año de edad-, con mi esposa, mi cuñado, la esposa de él y su bebé de tres meses». Todos se abrazan en la frágil embarcación.
«Lo más difícil fue la selva del Darién, porque estuvimos 10 días caminando ahí, entre pantanos, atravesando montes y ríos, y cuando teníamos siete días dentro de la selva nos quedamos sin provisiones, sin comida. Tuvimos mucha hambre, pero afortunadamente los bebés pudieron comer porque venía otro grupo de venezolanos que nos compartieron comida, pero sólo para los niños», recordó.
Mientras se aproximan a suelo mexicano, dijo que salió de Venezuela por la grave situación política y social: «Para darle un mejor futuro a mi hijo. Está muy difícil la situación económica, yo allá era asistente de sonido en una empresa». Los dos matrimonios con sus bebés fueron detenidos en tres retenes por agentes del Instituto Nacional de Migración, la Guardia Nacional y el Ejército Mexicano en su trayecto en un autobús de Ciudad Hidalgo a Tapachula; sin embargo, pudieron llegar a esta última ciudad para iniciar su proceso migratorio.
«Cada vez son más los venezolanos, nicaragüenses, cubanos y se espera que en este 2023 inicie la migración de peruanos, todo ello por el clima y situación política de esos países, por lo que ocurre con sus gobiernos. Hasta ahora en la primera semana del año, los flujos de migrantes aún son bajos, pero seguramente se incrementarán en las próximas semanas y meses», dijo Antonio Chun, director de la Casa del Migrante Sin Fronteras de Tecún Umán, Guatemala.
En el albergue, a una calle del río Suchiate, varias familias venezolanas, nicaragüenses y cubanas, algunos con estudios de licenciatura e, incluso, con mayor preparación, que han huido de sus naciones por razones políticas, de represión, de persecución, se recuperan de la larga travesía, en ocasiones de hasta tres meses en el caso de los sudamericanos, que significa cruzar por la selva o Tapón del Darién, una de las aduanas más peligrosas para los migrantes que viajan rumbo a México y después, si pueden, a Estados Unidos.
«El año pasado atendimos alrededor de 50 mil migrantes y eso que estábamos en pandemia, pero ahora prácticamente sin restricciones sanitarias y con la grave situación política y social en varios países, sumado a la pobreza, es previsible que esa cifra se incremente», dijo Chun en entrevista con EL UNIVERSAL.
Reconoció que muchas de las mujeres que llegan al albergue narran casos de abusos sexuales en el camino, pero también algunas que regresan de México, así como todos los migrantes vienen con diferentes grados de deshidratación, con varios días prácticamente sin comer y con los pies lesionados por las largas caminatas de semanas o meses. Sun





