Omar Vidal
Hoy México se viste de ocre y morado, mientras la Huesuda, con aire enfadado, se alista para la fiesta, con rumbo despacio, buscando ansiosa a las almas que viven en el ocio.
La Catrina elegante, de seda y encaje, perfila su pluma, alista su ultraje, pues sabe que el cargo, por más que se jacte, termina en el hoyo, no hay enchueque que valga. Dice la Flaca, con voz de ultratumba: «No hay fuero que valga, ni pompa que esgrima. El dulce del poder, que hoy tantos saborean, mañana es cenizo, sus mieles se esfuman, sólo soledad queda».
Con dedo huesudo señala a «servidores públicos» de alta jerarquía, que ayer y hoy dieron y dan órdenes con gran osadía, y ahora con piel de borrego lloriquean a las críticas, ocultando el rostro tras falsas sonrisas, y una sandía. ¡Qué pena, qué injuria! -dice el Esqueleto- ayer sentenciaron, sin dar un juicioso derecho de réplica, ni un mínimo de ruego, destruyendo honores y reputaciones en las llamas de fuegos quemadores.
Se ve cómo llegan, con aires de noble, del pueblo buscan la fe, prometen servicio, virtud y decoro, y al mes, por la paga, se les olvida todo.
Porque, los que hoy se rasgan vestiduras y lloran quebrantos, olvidan que ejercer el poder no es de gratis ni de encanto. Tarde o temprano las mieles del mando se vuelven amargas, polvo y quebranto. Aquel que embriagado de fuerza camina, su gloria declina y olvidado en la tumba cansado termina.
Las que firmaron leyes y palabras vanas, y los que en vida juraron servir al pueblo, hoy sólo sombra, silencio y olvido son. ¡Ni La Llorona los recordará! La Calaca risueña, burlona y severa, los mira y les dice: «Ya llegó su hora, vengan conmigo. De nada sirvieron discursos ni honores ni viajes ni joyas si su alma se vendió por falsos amores y ahora sólo cosecha sinsabores».
Sexenio tras sexenio, el juego se repite, traicionan a la nación, la muerte se ríe, el pueblo se irrita. Eterno ciclo de egos, de tronos y tramas, de espectros que buscan perpetuar sus famas, y sus riquezas. En la ofrenda del pueblo descansan políticos jefes, senadores, ediles, reyezuelos y jueces. Todos iguales, sin rango ni fuero, sólo huesitos en polvo sincero.
En sus tumbas frías resuena la historia, los vientos arrastran su falsa victoria. El pueblo recuerda, el pueblo los nombra, no hay estatua eterna, ni oropel que asombra. La Catrina elegante levanta su copa, «brindemos», les dice, «por tanta derrota. Por los que olvidaron su causa primera, por quienes vendieron su voz verdadera». Salud, responden los muertos porque no les queda de otra.
El ajuste de cuentas ya está en el buzón del TikTok, firmado y sellado por la tradición y los «likes». La Calaca es ciega, no mira colores, ni partidos, ni frases, ni viejos albores. Igual da la insignia que dicen portar, el patrón es el mismo al ir a gobernar: se aferran al trono y a sus jugos, con endeble figura, creyendo en su eterna prepotencia inmunda.
La Pelona de cerca los mira, les guiña el ojo izquierdo: «¡Vámonos, mis lindos, directo al despojo!» La Flaca los lleva a su altar de papel, donde el miedo y la farsa saben a hiel. «Tu ego y tu envidia -les dice la Huesuda- se pierden en vientos, tu obra es nula, ¡desnuda!» Son almas perdidas, que el viento de la historia pulveriza sin piedad, perdida su gloria.
El Senador ambulatorio, de saco de lana, sin gracia y con maña, hoy muerde su lengua, pues ya no le sirve su verbo mentiroso que nadie percibe.
Que aprendan los vivos la dura lección: el poder no es más que humo, no eterno bastión. Que sirva el recuerdo, que arda la ofrenda, traigan el pan de muerto y que el alma humilde jamás se venda. Porque al final, cuando el reloj se detiene, la Catrina llama, la Calaca brama, la Huesuda agarra, la Pelona muerde, la tierra retiene y nadie se salva.
¡Feliz Día de Muertos! Sun





