Los Indigentes Siguen Siendo Invisibles para el Sistema; en Tapachula el Problema Crece a Pasos Agigantados
Ernesto L. Quinteros
A nivel nacional, México contabiliza por miles a las personas que viven en condición de calle. Son seres humanos sin vivienda, sin acceso a servicios de salud, educación, alimentación, y mucho menos a un plan gubernamental integral. A pesar de ello, continúan siendo prácticamente invisibles para el sistema.
El Estado mexicano suele orientar sus políticas públicas hacia grupos que pueden traducirse en rentabilidad electoral. Por ello, no es extraño que los indigentes no figuren en los presupuestos ni en las prioridades gubernamentales. Si representaran un volumen de votos, seguramente ya existiría un programa nacional completo para atenderlos.
Esta invisibilidad institucional se refleja con claridad en Tapachula, ciudad estratégica para el desarrollo económico y social de Chiapas, pero que enfrenta retos extraordinarios debido al constante flujo migratorio. Aunque Estados Unidos mantiene restricciones más severas para impedir el paso de migrantes, miles continúan llegando, y Tapachula sigue siendo el punto de entrada más importante en la frontera sur.
En estos grupos migratorios también viajan personas con problemas de adicciones, enfermedades mentales o con rupturas familiares que terminan abandonadas en la ciudad. Con el tiempo, muchas de ellas se convierten en indigentes que viven en parques, banquetas y espacios públicos, sobreviviendo de limosnas y de lo que encuentran en la calle.
La falta de atención gubernamental es evidente. No existe en Tapachula -ni en la mayoría de ciudades del país- una institución especializada ni recursos etiquetados para atender a esta población.
Policías municipales relatan que, cuando reciben reportes por parte de comerciantes o ciudadanos, lo único que pueden hacer es reubicar al indigente a otra zona de la ciudad. En algunos casos los llevan al hospital, pero “solo para curaciones”, ya que no hay infraestructura ni protocolos para una atención más profunda. Tampoco pueden enviarlos al DIF, porque dichas instancias no cuentan con refugios permanentes ni programas para este sector.
Tapachula cuenta hoy con decenas de personas en situación de calle, la mayoría extranjeras, abandonadas por familiares o amigos debido a sus adicciones o enfermedades mentales. Aunque forman ya un grupo visible para la ciudadanía, siguen siendo invisibles para las autoridades.
¿Qué hacen otras ciudades del mundo?
El contraste internacional es contundente. Varias urbes han implementado políticas públicas robustas para atender a personas en situación de calle, reconociendo que se trata de un problema social, no policial.
En Helsinki, Finlandia, por ejemplo, se aplica la política HousingFirst, que ofrece vivienda permanente como punto de partida antes que cualquier evaluación o condición. Este modelo ha reducido su población sin hogar en más del 35% en una década.
En Nueva York, aunque el problema es enorme, existe un sistema legal que obliga al gobierno a garantizar refugio para toda persona que lo solicite. Decenas de centros de atención ofrecen camas, alimentos, servicios de salud mental y mecanismos para la reintegración laboral. No es perfecto, pero existe un andamiaje institucional para intervenir.
En Madrid, el Samur Social opera como una unidad de atención inmediata que atiende reportes las 24 horas, busca alternativas de refugio y canaliza a personas con adicciones o trastornos psiquiátricos a instituciones especializadas.
En Bogotá, se han implementado centros llamados Hogar de Paso, orientados a dar alojamiento temporal, servicios de higiene, comida y acompañamiento social.
Mientras tanto, en México la mayoría de las ciudades solo improvisan acciones reactivas: reubicar, retirar o “limpiar” zonas donde descansan los indigentes. No hay un modelo de atención ni políticas sostenidas. La vulnerabilidad es tal, que muchos mueren en total abandono, sin ser registrados y sin que exista un esquema para prevenir que más personas terminen en esas condiciones.
Tapachula no es la excepción; es un espejo que refleja la ausencia de un sistema nacional. Sin programas, sin presupuesto y sin infraestructura, los indigentes no solo parecen invisibles, sino que están condenados a seguir siendo ignorados.
Y mientras tanto, la ciudad continúa creciendo… y también su población más olvidada.
Por hoy ahí la dejamos, nos leemos mañana.
¡Ánimo!
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