El Milagro fue Para el Ciego una Señal que le Llevó a la luz y Pudo Descubrir en Jesús, al Hijo del Hombre.
IV DOMINGO DE CUARESMA (A)
25 DE MARZO DE 2017
Un filósofo del Siglo III llamado Lactancio, al ver el cristianismo en medio de la gran cantidad de religiones y escuelas filosóficas del mundo greco-romano, decía que la aportación cristiana al mundo era la humanidad, es decir, la disposición para acoger y hacer el bien a todos, el compadecerse y ser misericordiosos. Esta humanidad fue el rostro que nos mostró Jesús y que quiso que tuviéramos sus discípulos. Nuestra cultura es terriblemente excluyente. Al privilegiar la ganancia y el individualismo exacerbado, concentra gran cantidad de bienes en unos cuantos. El uno por ciento de la población mundial posee más del cincuenta por ciento de la riqueza global. Así, muchísimas personas quedan excluidas de los bienes necesarios y muchas otras son eliminadas, sin que esto importe lo más mínimo a quien no se ve afectado. Por esto, el Papa nos habla de la urgente necesidad de oponer a esta dinámica de muerte, una cultura del encuentro y la inclusión. El encuentro y la inclusión nos hacen humanos, nos hacen discípulos de Jesús. Veámoslo en esta página del Evangelio de San Juan.
“En aquel tiempo, Jesús vio al pasar, a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: Maestro, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?” Respondió Jesús: “Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios. Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo”. Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego y le dijo: “Vete, lávate en la piscina de Siloé” (que quiere decir Enviado). Él fue, se lavó y volvió ya viendo. Los vecinos y los que solían verle antes, pues era mendigo, decían: “¿No es éste el que se sentaba para mendigar?” Unos decían: “Es él”. “No, decían otros, sino que es uno que se le parece”. Pero él decía: “Soy yo”. Le dijeron entonces: “¿Cómo, pues, se te han abierto los ojos?” El respondió: “Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: ‘Vete a Siloé y lávate.’ ‘Yo fui, me lavé y vi’. Ellos le dijeron: “¿Dónde está ése?” El respondió: ‘No lo sé’”. Lo llevan donde los fariseos al que antes era ciego. Pero era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos a su vez le preguntaron cómo había recobrado la vista. Él les dijo: “Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo”. Algunos fariseos decían: “Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado”. Otros decían: “Pero, ¿cómo puede un pecador realizar semejantes señales?” Y había disensión entre ellos. Entonces le dicen otra vez al ciego: “¿Y tú qué dices de él, ya que te ha abierto los ojos?” El respondió: “Que es un profeta”. No creyeron los judíos que aquel hombre hubiera sido ciego, hasta que llamaron a los padres del que había recobrado la vista y les preguntaron: “¿Es éste tu hijo, el que dices que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?” Sus padres respondieron: “Nosotros sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego. Pero, cómo ve ahora, no lo sabemos; ni quién le ha abierto los ojos, eso nosotros no lo sabemos. Pregúntale; edad tiene; puede hablar de sí mismo”. Sus padres decían esto por miedo por los judíos, pues los judíos se habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno le reconocía como Cristo, quedara excluido de la sinagoga. Por eso dijeron sus padres: “Edad tiene; pregúntenselo a él”. Le llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: “Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador”. Les respondió: “Si es un pecador, no lo sé. Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo”. Le dijeron entonces: “¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos?” El replicó: “Les he dicho ya, y no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo otra vez? ¿Es qué quieren también ustedes hacerse discípulos suyos?” Ellos le llenaron de injurias y le dijeron: “Tú eres discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no sabemos de dónde es”. El hombre les respondió: “Eso es lo extraño: que ustedes no sepan de dónde es y que me haya abierto a mí los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; mas, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése le escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada”. Ellos le respondieron: “Has nacido todo entero en pecado ¿y nos da lecciones a nosotros?” Y le echaron fuera. Jesús se enteró de que le habían echado fuera y, encontrándose con él, le dijo: “¿Tú crees en el Hijo del hombre?” El respondió: “¿Y quién es, Señor, para que crea en él?” Jesús le dijo: “Le has visto; el que está hablando contigo, ése es”. El entonces dijo: “Creo, Señor”. Y se postró ante él. Y dijo Jesús: “Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos”. Algunos fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: “¿Es que también nosotros somos ciegos?” Jesús les respondió: Si fueran ciegos, no tendrían pecado; pero, como dicen: ‘Vemos’ su pecado permanece” (San Juan 9, 1-41.»
Aquí aparecen con toda claridad la cultura de la exclusión y la cultura del encuentro. El ciego era excluido de la comunidad a partir de un prejuicio que consideraba su ceguera como un castigo divino. Jesús rechaza radicalmente este modo de pensar y también el actuar de aquellos hombres que no permitían que en el “tiempo de Dios” se hiciera el bien a las personas. Realiza para el ciego «la obra de Dios», donándole la vista, y los dos Él y el ciego terminan compartiendo la misma suerte: los dos son echados fuera. En realidad aquel hombre entró a formar parte de una nueva comunidad, basada en la fe de Jesús y en el amor fraterno. Es la comunidad que nos humaniza y a la que hemos de integrarnos cada vez más plenamente. Desde ahí nace la cultura del encuentro y la inclusión.
¿Cuál fue el camino que el ciego recorrió para entrar a esa nueva comunidad? Lo descubrimos en su modo de mirar a Jesús. Primero lo mira como un simple hombre: ¿Quién te curó? «Ese hombre que se llama Jesús»; en un segundo momento, cuando le acechan los judíos sobre la persona de Jesús, dice: “Si no viniera de Dios no tendría ningún poder”. Lo ve como “alguien de Dios”. “En el momento culminante Jesús se le presenta y le pregunta: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». Cuando el hombre indaga: «¿Quién es el Hijo del hombre?», Jesús le responde: «Lo estás viendo; el que está hablando contigo, ése es». Estaba viendo al mismo Jesús que ya había visto, pero ahora reacciona diciendo: «Creo, Señor». Y para expresar qué es lo que cree, «se postró ante él», es decir, hace un gesto de adoración que se reserva sólo a Dios. Ve a Jesús y confiesa a Dios”. Sólo esta fe en Jesús hace posible que vivamos ese rasgo de humanidad que tanto necesitamos, es decir, la disposición para acoger y hacer el bien a todos, el compadecernos y ser misericordiosos.
Cuaresma es tiempo para convertirnos al Señor permitiéndole que nos libere de conductas y actitudes con las cuáles nos hacemos daño y oprimimos. ¿El relato del ciego de nacimiento nos puso frente a alguna de ellas?
“Concede, Señor, al pueblo cristiano prepararse con fe viva y entrega generosa a celebrar las próximas fiestas de la pascua”.
Leopoldo González González
Obispo de Tapachula