Guillermo Nieto
En plena coyuntura electoral, Donald Trump ha vuelto a colocar al cannabis en el centro de la conversación pública en Estados Unidos. Su reciente discurso en torno a los beneficios del cannabidiol (CBD) para los adultos mayores no es un gesto improvisado, sino parte de una estrategia cuidadosamente diseñada para reposicionar al país en una industria que, sin exagerar, podría transformar la economía global en la próxima década.
El discurso de Trump se construye sobre dos pilares: salud y economía. Por un lado, reconoce que los derivados del cannabis pueden ofrecer alternativas terapéuticas reales frente a dolencias crónicas, insomnio y ansiedad, problemas que afectan especialmente a la población de la tercera edad.
Por otro, entiende que el cannabis representa una oportunidad de crecimiento económico, innovación tecnológica y liderazgo internacional. Esta combinación, hasta hace pocos años impensable en un discurso conservador, marca un cambio de paradigma.
Al incorporar el tema en su agenda, Trump no solo busca conectar con votantes progresistas o jóvenes, sino también con un sector cada vez más amplio de la población estadounidense que ya utiliza productos de cannabis con fines médicos o de bienestar.
Su mensaje es pragmático: el cannabis puede ser una herramienta para mejorar la salud pública y, al mismo tiempo, fortalecer la economía nacional.
Este enfoque tiene un componente estratégico mucho más profundo. La administración estadounidense está considerando reclasificar al cannabis a una categoría menos restrictiva dentro de la ley federal, lo que equivaldría a reconocer formalmente su valor médico y a reducir las barreras regulatorias que han limitado la investigación científica y la inversión durante décadas.
De concretarse, Estados Unidos daría un paso decisivo hacia la normalización institucional del cannabis. Esto implicaría beneficios fiscales, una expansión en la capacidad de las empresas para operar legalmente y un impulso significativo a la innovación farmacéutica. Además, permitiría a la industria estadounidense competir en igualdad de condiciones frente a países que ya avanzan con marcos regulatorios más modernos, como Canadá, Alemania o Suiza.
Pero este movimiento va más allá de la política interna. Lo que Trump está haciendo es mover las piezas en el tablero global del cannabis. Estados Unidos ha perdido terreno frente a otros países que han comprendido que el futuro del cannabis no está en la prohibición, sino en la regulación.
Con su reciente discurso, el Presidente busca recuperar ese liderazgo, proyectando a su país como el epicentro del desarrollo médico, científico y comercial del sector.
El impacto sería inmediato. Una reclasificación del cannabis a nivel federal no solo modificaría la política de drogas estadounidense, sino que reconfiguraría el comercio internacional. Bancos, farmacéuticas y fondos de inversión que hasta ahora se mantenían al margen tendrían la puerta abierta para participar. El capital fluiría hacia la investigación, desarrollo y nuevas cadenas de suministro, detonando un movimiento económico sin precedentes.
Si Washington concreta esta reclasificación, los mercados reaccionarán con rapidez. La demanda de materia prima, extractos farmacéuticos, productos terapéuticos y biotecnología crecerá de manera exponencial, generando una competencia global por posicionarse en esta nueva economía verde. En ese escenario, México deberá actuar con visión y rapidez: sin reglas claras, infraestructura adecuada y certidumbre jurídica, las inversiones inevitablemente buscarán otros destinos.
El movimiento de Trump debe servirnos como una llamada de atención. No se trata de imitar su estilo, sino de aprender de su estrategia. En lugar de seguir viendo el cannabis como un tema polémico o marginal, debemos entenderlo como un componente esencial de la nueva economía verde.
Estados Unidos ya está moviendo sus fichas. Si México quiere ser protagonista en este nuevo tablero mundial, debe hacerlo ahora, con seriedad, visión y decisión.Sun





