Cuando Juan Gabriel apareció por primera vez en el escenario de Bellas Artes en 1990, Aída Cuevas estaba entre el público, en las primeras filas, con la piel erizada. “No creo que nada más a mí me pasó eso, todos vibrábamos al verlo desde que salía al escenario, con esa energía, con esa entrega, con ese carisma que nada más él tenía”, comparte en entrevista.
“Era perfecto en la afinación, en las notas que daba, en la interpretación”, añade todavía conmovida por aquel recuerdo. Aída había ido como su fiel admiradora, pero también como alguien que conocía de cerca al hombre detrás del mito. Juan Gabriel fue su compadre, padrino de su hijo Rodrigo, y esa relación se hizo entrañable, basada en respeto y complicidad.
En escena, cuenta orgullosa, lo vio una y otra vez, en los tres conciertos de Bellas Artes (1990, 1997 y 2013), y lo acompañó en 60 noches en el centro nocturno El Patio.
“Yo dije, ‘van a ser unas cinco noches’, pero no, nos quedamos. Era una locura porque todos los días estaba lleno el lugar”. Ahí, recuerda, tres veces lo fue a ver María Félix.
“Ella entraba al camerino a saludarlo, era impresionante el cariño que le tenía la señora a Juan Gabriel, y la admiración era mutua”. Aída resume lo que muchos sintieron al trabajar o convivir con el ídolo: “Cómo cautivaba el maestro… nada con él era simple”.
Años después, Juan Gabriel le dejó algo más que recuerdos: una herencia artística pensada para que la voz de ella se perpetúe en sus temas. “Le dije: ‘compadre, esas canciones ya las grabó fulano y perengano’, y él me contestó: ‘no me importa, yo sé que usted va a superar esas interpretaciones’”, cuenta Aída. Eran 63 temas, muchos ya conocidos y algunos inéditos, que el Divo le entregó para cuando muriera. Para Aída, ver proyectado en el Zócalo aquel primer Bellas Artes es una forma de cerrar el círculo: «Merece eso y más. El artista más completo que ha dado México», enfatiza. SUN
Aída Cuevas Evoca el Concierto Histórico de Juanga en Bellas Artes
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