Víctor Sancho
Los compases finales de la campaña electoral estadounidense tienen paradas obligadas en los debates presidenciales, algo así como una pelea de boxeo a tres rondas (cuatro si se añade el encuentro entre aspirantes a la vicepresidencia) en la que los dos contendientes, cada uno en su esquina, intercambian golpes y propuestas sobre un mismo cuadrilátero y a escasos centímetros de separación.
Es un enfrentamiento limpio, sin concesiones, crudo y crucial para los contendientes. En medio de la vida política estadounidense, con su circo mediático constante, intenso y asfixiante, los debates son una pausa necesaria, un día marcado claramente en las agendas y necesario para asentar la contienda.
“Los debates sirven a la democracia, permitiendo a los ciudadanos juzgar posiciones rivales”, explica a EL UNIVERSAL David Frank, profesor de retórica en la Universidad de Oregon. Para Mitchell McKinney, experto en comunicación política de la Universidad de Missouri y autor de algunos libros sobre la materia, son “una de las formas más útiles de comunicación de campaña para los votantes”, el único momento en el que los candidatos “aparecen juntos, cara a cara, permitiendo a los votantes hacer una comparación de uno y otro”.
“[Son] importantes porque mueven una atención mediática significativa y son normalmente los eventos más vistos de la campaña”, apunta a este diario Tom Hollihan, experto en comunicación política de la Universidad del Sur de California.
En principio un debate electoral debería servir para la exposición de programas e ideas, permitir el contraste y el diálogo, y hacer que el votante, con esa información, decida sobre el sentido de su voto. Una situación cada vez menos común, dada la reducción de indecisos fruto de la polarización, pero que para expertos como McKinney son de capital importancia.
El sentido de los debates no es tanto cambiar posiciones políticas, sino, como apunta Tammy Vigil, profesora de comunicación en la Boston University, “motivar a la gente para realmente ir a la urnas”. Coincide Todd Graham, director de debate de la Universidad del sur de Illinois y experto en debates presidenciales de la CNN, apuntando que la participación será realmente crucial en un contexto pandémico.
Una buena actuación, ser considerado el vencedor de cada asalto y usar ese empuje como revitalizador de la campaña y de la opinión pública, es fundamental, y es algo que los candidatos tienen que buscar desde el primer momento, cuando suena la campana del primer asalto.
“Al fin y al cabo, el primer debate establece el tono para todo lo que vendrá después”, dice Graham. Para McKinney, empezar con buen pie es primordial, porque si “un candidato comete un error o mete la pata en el primer debate, tiene que usar los siguientes debates como control de daños para reparar cualquier daño cometido a su imagen o percepción pública basada en un debate inicial flojo”.
La primera parada es en Cleveland (Ohio), sede de la convención republicana en 2016. Ohio es reconocido por muchos como el barómetro definitivo de los resultados electorales: desde 1964 no ha fallado ni una vez en darle la victoria al candidato que finalmente terminaba entrando en el Despacho Oval.
En la moderación del debate estará Chris Wallace, reconocido y respetado periodista de Fox News. Él decidió los temas que se hablarán durante los 90 minutos de debate, sin anuncios ni pausas, divididos en seis fragmentos de 15 minutos: el historial de los candidatos; el Tribunal Supremo; Covid-19; la economía; racismo y violencia en las ciudades, y la integridad de las elecciones.
“Quizá no ha habido ningún debate más importante hasta la fecha, y el 29 de septiembre se está presentando como una fecha memorable para la posteridad”, escribe Aaron Kall, director de debate de la University of Michigan, en su libro Debating the Donald, compartido con este diario por su autor.
Todos los expertos consultados por este diario auguran unos encontronazos entre Trump y Biden parecidos a los que ya se vivieron en 2016 entre el presidente y la demócrata Hillary Clinton, los debates “más conflictivos y orientados en los ataques en la historia”, según McKinney.
“Trump será Trump. Arisco, desagradable, insultante, y [lleno de] engaños, distorsiones y mentiras. No creo que sepa cómo ser de otra manera”, apunta Hollihan. Una retórica que, como apunta Frank, está pensada claramente para atraer al votante blanco en estados bisagra, los mismos que movilizó en 2016.
Biden, que desde el jueves se está preparando concienzudamente para el primer asalto, tendrá que decidir si entrar al barro o mostrar otra imagen. Teniendo en cuenta que toda la atención mediática y del público estará más pendiente de frases ingeniosas y del comportamiento de cada uno, dejando de lado planes políticos o ideas concretas, el demócrata tiene un reto. Sun