Ricardo Monreal Ávila
Coordinador de Morena en el Senado
El liderazgo es un fenómeno complejo. Alguien que, por su autoridad política o moral, es capaz de dirigir la voluntad de un grupo de personas tiene una gran responsabilidad, especialmente cuando se trata de un líder transformador. Estas personalidades son frecuentemente asimiladas por el imaginario colectivo como indispensables para llevar a cabo los cambios propuestos, entremezclando la historia con la leyenda.
Cuando una o un líder surge entre las multitudes, su integridad física se vuelve un tema especialmente delicado, lo que a lo largo del tiempo ha llevado a mantener en secrecía las enfermedades de grandes personajes; incluso existe la leyenda de que Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, ganó su última batalla de manera póstuma, atado a su caballo, pues su sola imagen era capaz de infundir valor a sus tropas y temor en las filas enemigas, y que la noticia de su fallecimiento hubiera tenido el efecto contrario.
Un ejemplo más próximo en el tiempo y la geografía nos lo ofrece Grover Cleveland, vigesimosegundo y vigesimocuarto presidente de los Estados Unidos, cuando en 1893 fue secretamente operado para atenderle un cáncer de mandíbula, a bordo de una embarcación en el puerto de Nueva York, mientras a la prensa se le comunicó que al mandatario le aquejaba un simple dolor de muelas. La verdad íntegra de la operación y la naturaleza del tumor salieron a la luz hasta 1980, casi 90 años después.
Otro caso emblemático es el de François Mitterrand, presidente de la República Francesa de 1981 a 1995 y la persona con mayor tiempo en ese cargo en aquel país. A pesar de que en campaña se comprometió a mantener una política de transparencia sobre su salud, para lo cual sus médicos darían declaraciones cada seis meses, una vez diagnosticado con cáncer de próstata, lo mantuvo en secreto. Según Claude Gubler, médico personal del mandatario, las palabras de éste fueron: «Ocurra lo que ocurra, no debe usted revelar nada. Es un secreto de Estado». Sin embargo, este padecimiento terminaría por acabar con su vida.
Iósif Stalin, en el clímax de su poder, sufrió un ataque cardiaco en 1945, el cual, ante lo inescrutable del régimen que había construido, se mantuvo oculto. Winston Churchill, el primer ministro que condujo a Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial, sufrió varios derrames cerebrales en 1949 y uno muy grave en 1953; de este último su médico diagnosticó, erróneamente, que no se podría recuperar. Churchill instruyó a su secretario privado que no se divulgara su incapacidad física.
John F. Kennedy llegó a la presidencia de los Estados Unidos a los 43 años, padeciendo una condición crónica conocida como la enfermedad de Addison, la cual mantuvo en secreto durante la campaña contra Richard Nixon. Algunos de estos ejemplos se encuentran plasmados en el recomendable libro En el poder y la enfermedad, de David Owen. No es casual que exista una amplia literatura sobre las enfermedades de líderes del mundo, pues se trata de un tema que no siempre se transparenta.
Tras el segundo contagio de este virus, y luego de someterse a un cateterismo cardiaco (procedimiento utilizado para generar un diagnóstico y no para tratar alguna enfermedad), la salud del primer mandatario mexicano también se ha posicionado en la opinión pública.
Si bien el liderazgo del presidente Andrés Manuel López Obrador es absolutamente indispensable para lograr los primeros seis años de la Cuarta Transformación, y su sola presencia en las conferencias mañaneras desde Palacio Nacional tiene la fuerza de infundir buen ánimo entre la población, su política de transparencia es tal, que no se oculta información relacionada con su condición de salud.
Su reaparición, sano y firme, mantiene viva la esperanza de millones de mexicanas y mexicanos que confiamos en su buena salud física y excepcional claridad mental para continuar con la transición política que inició en 2018. Sun