Mauricio Meschoulam
La intervención rusa en Ucrania no ocurre en el vacío. Hay muchos otros conflictos y temas preexistentes en donde los impactos ya están ocurriendo.
Por ejemplo, las negociaciones de Biden con Irán y otras potencias para reactivar el acuerdo nuclear firmado en 2015 -que fue abandonado por Trump en 2018- estaban ya a punto de rendir frutos. Este nuevo acuerdo con Irán, liberaría aproximadamente 1,500,000 barriles diarios de petróleo al mercado. En un momento como el que vivimos, ese oxígeno resultaría esencial. Sin embargo, Rusia es una de las potencias firmantes del pacto, y una de las piezas clave en estas negociaciones con Teherán. A medida que ha crecido la frustración en el Kremlin a causa de las sanciones que Occidente le ha impuesto, el tema iraní queda colgando de un hilo. Putin lo sabe, y ya intenta usar este asunto a su favor.
Segundo, la guerra siria, un conflicto que no ha terminado. Gracias a la intervención rusa en ese país, el presidente Assad logró recuperar la mayor parte del territorio que había perdido. Rusia conservó ahí su presencia militar y se convirtió en la potencia con la cual hay que negociar. Esto tiene implicaciones para dos de los casos que hoy revisamos: Israel y Turquía. Para contener la expansión iraní en Siria y atacar ese territorio sin restricciones, hace ya tiempo que Israel estableció un canal directo con el Kremlin y consiguió que Moscú mirara al otro lado la mayor parte de veces que conduce sus bombardeos en ese país.
De su lado, Turquía ha negociado equilibrios con Rusia también en Siria, así como en Libia o en el conflicto Armenia-Azerbaiyán. Por si ello no basta, el turismo y las importaciones rusas, son vitales para Ankara. Por tanto, tanto Turquía como Israel han tenido que navegar por un hilo muy delgado entre apoyar a Ucrania y a sus aliados occidentales, pero a la vez intentar incomodar a Putin lo menos posible. Al mismo tiempo, ambos países participan activamente en la mediación.
China es una pieza vital. Hemos visto, por un lado, el continuo posicionamiento de Beijing que justifica a Moscú, que acusa a Washington y a la OTAN de ser los responsables de esta guerra, y que ofrece salvavidas económicos a Rusia. No debe sorprendernos.
China y Rusia tienen en Washington un rival común y ambas potencias viven los mayores momentos de confrontación con ese rival. Sin embargo, por otro lado, también hemos visto que China declara que se debe respetar la soberanía e integridad territorial de los países y ha preferido moderar su respaldo a Moscú en la ONU. Lo que hoy está sucediendo con los precios del petróleo o el gas, con la inflación, las disrupciones a las cadenas de suministros, y la posibilidad de que ciertos países queden aislados de los flujos de inversión, comercio y finanzas globales, choca directamente con la manera en que China se ha venido desarrollando en las últimas décadas.
Un conflicto como el actual, sobre todo asumiendo que sus consecuencias incluyan el incrementar los posicionamientos y presupuestos militares, los cierres de fronteras e inversiones en ciertos países de Europa, o, el aumento de riesgos por confrontaciones que pudieran rebasar a Ucrania, no va con los intereses de Beijing. Esto obliga también al presidente Xi a moverse en una delgada línea entre ofrecer respaldo a Moscú, y a la vez, a intervenir de manera más firme en la resolución del conflicto actual.
En fin, lo que ocurre en Ucrania tendrá repercusiones que hoy, nos es imposible dimensionar. Los de arriba son apenas unos casos que buscan ejemplificarlo pero que, sin embargo, pudieran ofrecer algunas oportunidades para intentar mitigar los más delicados riesgos que resurgen para el sistema internacional. Sun