Existe una anécdota sobre el presidente estadounidense Abraham Lincoln defendiendo a México durante la guerra de Reforma, época en la que el gobierno de su país estaba preocupado por la influencia de naciones europeas en América Latina. En ese contexto, en 1861 su homólogo Benito Juárez suspendió temporalmente el pago de la deuda externa a Francia, España e Inglaterra, que respondieron enviando tropas para exigirlo.
Sin embargo, el presidente Lincoln se negó a reconocer la intervención europea en nuestra nación y, en su lugar, envió una carta de apoyo al presidente Juárez en la que escribió: «Estamos apenados al enterarnos de que tu país está bajo la presión de países extranjeros para el pago de deudas. Estados Unidos está listo para ayudar a México en cualquier forma que sea aceptable por su gobierno». Esta misiva es considerada como un acto de solidaridad y apoyo del mandatario extranjero hacia México en un momento de lucha y crisis para éste.
Hoy viene a cuento esta anécdota a propósito de las consecuencias que ya habíamos anticipado acerca del término del Título 42, lo que generó la creencia en las personas migrantes de que se acabaron las restricciones para entrar a los Estados Unidos, lo cual no es así, y la ruta migrante de quienes atraviesan México para intentar alcanzar el «sueño americano» sigue representando un alto riesgo.
Además, los nuevos flujos migratorios derivados de tal situación generaron diversas respuestas y posturas del otro lado de la frontera respecto a las acciones que México realiza frente a esa crisis migratoria. Una de ellas -la más lamentable y desafortunada de los últimos tiempos- fue la del senador republicano John Kennedy, llena de argumentos xenofóbicos que sólo pretenden sacar raja político-electorera para su causa.
Si bien es cierto que nuestro continente enfrenta un desafío migratorio que requiere de mayor atención de todos los países involucrados, la solución no está en lanzar diatribas como las del senador Kennedy, con el único afán de insultarnos como mexicanos y sumar seguidores antiinmigrantes radicales.
A esto se suma la iniciativa migratoria que promulgó hace unos días el gobernador de Florida, Ron De Santis, que refuerza su programa de reubicación de inmigrantes y limita los servicios sociales para aquellos que no cuenten con un estatus legal permanente.
De ahí que ahora sea crucial fortalecer los acuerdos, para atemperar las consecuencias de dolor humano, a fin de gestionar adecuadamente los flujos migratorios. Hay que privilegiar la razón, la prudencia y la sensatez.
Los discursos de odio y racismo reflejan puntos de vista anquilosados, que se niegan a aceptar que las grandes naciones son lo que hoy son gracias a la contribución social, cultural y laboral de millones de migrantes que vieron en esa parte del mundo el sitio ideal para concretar su legítimo derecho a tener una vida mejor. Al mismo tiempo, son posturas ancladas en el pasado, que tiene que ver con una arraigada política intervencionista y expansionista por parte de Estados Unidos, y que en pleno siglo XXI siguen promoviendo ciertos personajes.
El senador Kennedy debe saber que somos socios comerciales, no súbditos, y que en sus palabras no hay nada de utilidad para enfrentar los retos comunes, como el desarrollo de nuestras fronteras, la atención de la crisis migratoria y el combate al narcotráfico. Requerimos atención, unidad, acuerdos entre países, gestión internacional, colaboración eficiente, y de esa ruta no debemos apartarnos ni distraernos con palabrerías, insultos y falta de argumentos que poco abonan a tener una solución de fondo. Sun
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