Solange Márquez
«Todos debemos defender a los mexicanos en el exterior», declaró la presidenta Claudia Sheinbaum el jueves, en respuesta a los recientes ataques y redadas contra migrantes en Estados Unidos. La frase, más cercana al gesto que a una estrategia, llega en vísperas de un encuentro crucial en el que México no puede darse el lujo de improvisar: La cumbre del G7 en Kananaskis, Canadá.
La próxima reunión del G7 llega en un momento en el que las viejas alianzas se resquebrajan y el antiguo liderazgo estadounidense en el mundo occidental está terminando de hacerse pedazos. El Primer Ministro Canadiense, Mark Carney, recibirá a un Donald Trump que no ha tenido empacho en rivalizar con su vecino del sur. Desde la imposición de aranceles hasta la amenaza velada de convertir al país en el Estado 51 de la Unión Americana. Carney, sabe que el encuentro no será sencillo, pero desde la semana pasada ha ido poniendo sus cartas sobre la mesa.
En un discurso pronunciado el lunes pasado ante integrantes de las fuerzas armadas de su país, expertos en política exterior y líderes empresariales, el premier canadiense advirtió que «la era del dominio de los Estados Unidos en el escenario mundial ha terminado», Estados Unidos ha comenzado a «monetizar su hegemonía» señaló imponiendo tarifas, condicionando el acceso a su mercado y dejando claro que su papel como garante del orden internacional ya no es gratuito.
Para México, la invitación de Carney a participar en la cumbre (una invitación que, sorprendentemente, tardó en ser respondida) representa una oportunidad única para insertarse en las discusiones clave sobre el futuro económico y de seguridad del hemisferio. No porque se trate de un foro decisorio para nuestro país, sino porque refleja un reconocimiento, aunque parcial, de que México, como economía emergente y socio en Norteamérica, debe formar parte del nuevo diálogo global. Rechazarla, o simplemente dejarla pasar enviando a un funcionario «de alto nivel», habría sido un error estratégico monumental.
Sin embargo, Claudia Sheinbaum llega a la cumbre con una agenda marcada por la relación con Estados Unidos. Sheinbaum ha dicho que la reunión con Trump es «probable». El lenguaje no es casual. Se deja la puerta abierta a un encuentro cuyo peso político y económico para México es enorme, pero que claramente no se busca con convicción.
El tema migratorio podría ser quizá el tema más sensible de esa conversación. Las redadas masivas hoy son política oficial. Tan solo en marzo, el ICE reportó más de 19,000 detenciones de personas indocumentadas y en abril de 2025, el número de personas bajo custodia de ICE llegó a 49,184, la cifra más alta en cinco años. Los operativos no solo han aumentado en frecuencia, sino en violencia, como han documentado organizaciones de derechos civiles en California y Texas.
Y como telón de fondo está el TMEC. Aunque la revisión formal del acuerdo está prevista para 2026, el tratado ya atraviesa un momento crítico. La reimposición de aranceles, las restricciones unilaterales y los reiterados incumplimientos por parte de Estados Unidos han debilitado los pilares del acuerdo y puesto en duda su continuidad. No ha habido una declaración formal, pero las acciones del gobierno de Trump -la imposición de condiciones comerciales distintas para cada socio y el tratamiento diferenciado en disputas clave- sugieren una intención de desarticular la lógica trilateral que sustenta al TMEC. Frente a este escenario, México debería aprovechar su participación en el G7 para insistir en la defensa del bloque regional. Si Ottawa y la Ciudad de México negocian por separado la fortaleza negociadora que representa la alianza norteamericana se desmoronará. Lo que está en juego no es un tecnicismo comercial, sino la estructura económica sobre la que se ha sostenido México durante las últimas tres décadas.