domingo, diciembre 7, 2025
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La ONU, una Organización sin Sentido en el Siglo XXI

Hugo Alfredo Hinojosa

La Organización de las Naciones Unidas [ONU] emergió de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial con una promesa grandiosa de libertad y orden; utilizo estos adjetivos porque nos fueron inculcados desde los primeros años escolares, cómo olvidarlos.
Era, en menor medida, una suerte de ente sagrado que todo lo podía, por lo menos en el imaginario infantil, entre las guerras que conocí a principios de los años 80.
Este organismo tenía como tarea primordial forjar un mundo donde la diplomacia triunfara sobre la fuerza, donde los derechos humanos fueran universales y donde la cooperación internacional fuera la norma. Ocho décadas después, esa promesa devino en burocracia e ineficacia, en contradicciones y relevancia menguante.
La ONU no solo ha fracasado en cumplir su mandato fundamental, sino que se ha convertido en un obstáculo para el progreso genuino [me refiero a sus organismos internacionales como la OMS], atrapada en una retórica vacía que aliena tanto a ciudadanos como a gobiernos que buscan soluciones reales a problemas urgentes.
A mi parecer, y sin lamentar la ofensa, este organismo internacional se convirtió en una antena del «wokismo» y la corrección política a ultranza, y en ese sentido falsea de raíz su labor diplomática hasta el grado de comportarse más como un partido político.
La ONU al intentar unir y eliminar las barreras naturales de todas las culturas, genera un separatismo que juega en su contra.
Esta crisis no es meramente operativa; es existencial. La organización que una vez simbolizó la esperanza de la humanidad por un orden mundial más justo ahora representa todo lo contrario: un sistema paralizado por intereses geopolíticos, corrompido por escándalos recurrentes y secuestrado por una agenda ideológica que prioriza el discurso sobre la acción. La pregunta ya no es si la ONU puede reformarse, sino si el mundo puede permitirse mantener una institución cuya principal función parece ser perpetuar su propia irrelevancia; y ahora con el recorte económico de Estados Unidos a diversas instituciones de la Organización, se encuentran al borde de la quiebra no solo económica, sino moral.
Los fracasos de la ONU no son aberraciones ocasionales, sino patrones sistemáticos que revelan defectos estructurales profundos. Los cascos azules, supuestos guardianes de la paz, han sido protagonistas de algunos de los escándalos más vergonzosos de las últimas décadas.
En Haití, documentos oficiales revelan casos generalizados de explotación sexual por parte del personal de la ONU, una traición fundamental a los principios que la organización proclama defender. En Bosnia y Ruanda, la inacción del Organismo permitió genocidios que podrían haberse evitado con intervención oportuna y decidida. ¿Y qué podemos decir hoy del conflicto entre Israel y Palestina?
Por otra parte, la Organización Mundial de la Salud, brazo sanitario de la ONU, demostró durante la pandemia de COVID-19 que incluso las crisis globales más evidentes pueden ser politizadas hasta la parálisis.
Su retraso en declarar la emergencia sanitaria global, combinado con una deferencia sospechosa hacia China en los primeros meses críticos, erosionó la confianza pública precisamente cuando más se necesitaba liderazgo científico claro y objetivo.
Por cierto, a la llegada de Donald Trump de nuevo al poder, TedrosAdhanomGhebreyesus el Zar de la OMS, negó públicamente haber ordenado el encierro y diversas prácticas dictatoriales en contra de la libertad humana durante la pandemia, que el Presidente estadounidense criticó.
Así también, la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible representa quizás el ejemplo más flagrante de cómo la ONU ha sustituido la efectividad por la retórica grandilocuente. Adoptada con gran fanfarria en 2015, esta iniciativa prometía «transformar nuestro mundo» mediante 17 objetivos ambiciosos que abordarían desde la pobreza hasta el cambio climático y que potenció la castración de mujeres y hombres, niñas y niños, en aras de una libertad de género que potencio una crisis mental mundial.
Conceptos como «igualdad de resultados» y «justicia social» se presentan aún como verdades universales incuestionables, mientras que cualquier crítica es desestimada como desinformación o extremismo.
Esta aproximación dogmática ha alienado a amplios sectores de la población que perciben, correctamente, que se les está imponiendo una agenda política específica disfrazada de humanitarismo universal.Sun

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