Javier Rodríguez Labastida
Esta semana se cumplen dos años de que el Covid 19 nos obligó a quedarnos en casa. Por estas fechas de 2020 se nos dijo que permanecer en casa “dos o tres semanas” ayudaría a mitigar los contagios de un virus que aún no conocíamos muy bien. Pero esas dos o tres semanas se convirtieron en dos años que cambiaron la vida como la conocíamos.
En los últimos días se ha registrado una importante disminución en los contagios de Covid-19: las autoridades estiman una disminución de 40% respecto al mes pasado. A dos años del confinamiento, estos son tres desafíos que vislumbro para la Iglesia Católica, en donde me tocó trabajar desde la parte de la Comunicación la estrategia ante el cierre que ocurrió durante varios meses de las parroquias a las actividades presenciales:
1. La tecnología llegó para quedarse
Cuando los templos se cerraron en marzo de 2020, la Iglesia se vio obligada a utilizar su creatividad para conectar con sus fieles. Millones de fieles y sacerdotes, la mayoría de ellos de edad avanzada, tuvieron su primer acercamiento a las redes sociales en esta pandemia.
La Iglesia cobró fuerza en las redes y se inició un camino hacia el uso de estas herramientas, pero aún hay mucho que hacer. Es importante que la Iglesia profesionalice esta labor y tome acciones concretas para reducir la brecha digital que aún permea.
Sobre todo, es importante que la Iglesia conciba las redes sociales como una nueva forma de generar comunidad. En palabras del Papa Francisco: ver las redes como un recurso para acercarnos a los otros y a nuestra fe.
2. Atender los efectos de la pandemia
De acuerdo con un estudio de la revista The Lancet, a nivel mundial, la pandemia provocó un aumento de 28% en los casos de depresión y 76% en los casos de ansiedad. La pérdida de empleos, inestabilidad económica y falta de sistemas de apoyo influyeron en este deterioro de la salud mental.
De cara a la llamada “nueva normalidad”, la Iglesia tiene una importante responsabilidad en velar por el bienestar emocional de sus fieles, muchos de los que encontraron consuelo en la fe en un periodo inundado por el duelo y la incertidumbre.
3. Reactivar las comunidades
A medida que se reducen las restricciones de aforo —y de la mano de la reducción de casos positivos de Covid-19—, regresamos a las oficinas, centros comerciales y restaurantes. Poco a poco, los fieles hemos ido regresando a los templos, a reencontrarnos físicamente con nuestras comunidades.
La Iglesia debe reactivar los templos, revitalizar la fe. Pero esto no significa únicamente movilizar a las personas de su casa a las parroquias, sino reactivar las labores devocionales y las sociocaritativas, especialmente tras las carencias espirituales y materiales que ha dejado esta pandemia. SUN