Ciudad de México .- Cuando un avión prepara su aterrizaje en el nuevo Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA), desde la ventanilla se observan los campos y llanos alejados de la Ciudad de México, ese monstruo que nunca descansa y donde circulan vehículos a todas horas por las calles llenas de casas.
El pasado 24 de abril, Enrique y su hijo de siete años llegaron al AIFA, en el municipio de Zumpango, Estado de México. Venían en el último vuelo de ese día –el 875– operado por Aeroméxico. La aeronave tocó tierra a las 19:27 horas y ambos pasajeros se entretuvieron tomándole fotos a las enormes y desérticas instalaciones y a los baños de la terminal aérea cuyas imágenes de luchadores mexicanos, técnicos y rudos, los tenían fascinados.
Esperaron su equipaje y se formaron en la fila del único local abierto, uno de taxis privados. Preguntaron cuánto les cobrarían por llevarlos a la colonia Narvarte. Unos 800 pesos, les respondieron, incluidas las tarifas de las casetas de la vía rápida. A Enrique le pareció caro, pero como él y su hijo venían muy cansados del viaje decidió pagarlos. Su aplicación de Uber marcaba sin servicio en la zona.
A las 19:45 horas, mientras esperaban el vehículo que los trasladara a la Ciudad de México, escucharon a un trabajador de atención a clientes de la aerolínea, quien explicaba en inglés a una pareja que se encontraba delante de ellos, que ya no había taxis.
Enrique y su hijo, emocionados aún por haber podido estrenar las instalaciones del AIFA comenzaron a angustiarse. Alarmado, Enrique preguntó qué podían hacer. Le respondieron que los autobuses habían dejado de prestar servicio desde las 15:00 horas; la única alternativa era tomar el Mexibús en Santa Lucía para salir de la zona militar rumbo a Tecámac. Ahí, les dijeron, podían pedir el servicio de alguna plataforma digital, como Uber o Didi, cuyos autos tienen prohibido recoger pasajeros en las instalaciones del AIFA.
Una decena de pasajeros, entre ellos la reportera, venían maravillados con la construcción militar. Miraban sorprendidos hacia todos lados, arrastrando sus maletas por el edificio terminal. Hasta que cruzaron la zona de llegadas y se quedaron varados en el AIFA durante más de una hora. Del asombro pasaron al hastío y la frustración.
Cargando maletas, souvenirs, comida y hasta una transportadora para mascotas; con atuendos primaverales, procedentes de la ciudad de Mérida, Yucatán, los pasajeros de la aeronave Embraer 190 con capacidad para 100 personas, arrasaron con los vehículos privados, pese a que era el único vuelo programado para esa hora en el aeropuerto civil militar. Sólo había 33 taxis. Algunos optaron por el Mexibús, pero a otros les pareció inseguro de noche.
“Estamos en medio de la nada y… ¿no hay cómo salir de aquí?”, reclamó Enrique a la vendedora de boletos, quien, nerviosa, intentaba explicarle que en un tiempo estimado de una hora volverían los taxis que habían salido minutos antes rumbo a la Ciudad de México.
“Esto parece pueblo fantasma”, replicó molesto otro pasajero que buscaba llegar al sur de la CDMX.
Días caóticos
A un mes de su inauguración, el 21 de marzo de 2022, el AIFA opera 12 vuelos al día, seis llegadas y seis salidas: uno de Volaris desde y hacia Tijuana; otro a Cancún; dos más de Viva Aerobus con destino a Monterrey y a Guadalajara; Aeroméxico tiene una ruta a Mérida, y la aerolínea venezolana Conviasa una hacia Caracas.
Al principio, Aeroméxico operaba un vuelo a Villahermosa, pero no le funcionó, pues tenía un aproximado de 20 pasajeros por vuelo. Intentará con cuatro frecuencias desde el AIFA hacia Puerto Vallarta.
El pasado 27 de abril, en su conferencia matutina, el presidente Andrés Manuel López Obrador pidió a los directivos de Aeroméxico, Viva Aerobus y Volaris que incrementen sus vuelos nacionales desde y hacia el nuevo aeropuerto, la primera gran megaobra de su administración, terminada en 29 meses por el Ejército para cumplir con la encomienda presidencial.
Como la mayoría de los vuelos son en la mañana, el AIFA tiene vida hasta las 3 de la tarde, cuando el barullo comienza a desaparecer.
Después de esa hora, las bandas de equipaje permanecen inmóviles. Las pantallas donde se despliegan los horarios de vuelo muestran sólo uno y abajo se observan los renglones vacíos. No resulta difícil encontrar un vuelo.
Los militares deambulan por los pasillos silenciosos. A la par, las otras almas que se desplazan por las enormes instalaciones del AIFA son las del personal de limpieza. Pasan su trapeador por el piso limpio sin que nadie les estorbe.
Decenas de personas acuden todos los días atraídos por la novedad como turistas en un museo. Muchos de los viajes que realizan los taxis son al interior del aeropuerto desde la terminal área hacia el Museo del Mamut o el Museo Militar de Aviación.
Al caer la noche, en las entradas y salidas de la terminal se escuchan los grillos y adentro una grabación interminable que dice: “El Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles le da la más cordial bienvenida”.
Desde la parte alta del edificio terminal, la torre de control luce imponente y la explanada solitaria. Al fondo, lo único que se mueve con el viento son las banderas de México, flanqueando el logo del AIFA.
No hay que ser un genio para notarlo, el Aeropuerto Internacional de Santa Lucía está subutilizado. El problema se explica con una serie de acciones en cadena: las aerolíneas y los viajeros no han mostrado interés en viajar desde y hacia Santa Lucía debido a la falta de conectividad terrestre que permita a los pasajeros moverse con facilidad. Como no hay pasajeros, los comercios están cerrados o vacíos con letreros de “Local en Renta, AIFA S.A. de C.V.”. Proceso