Carlos Seoane
El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, dio un mensaje el pasado martes ante el pleno de la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York, donde destacó las acciones de su gobierno en materia de seguridad.
El mandatario aseguró que, bajo su liderazgo, El Salvador «pasó de literalmente ser el país más peligroso del mundo a ser el más seguro de América Latina». En ese sentido agregó: «Ya no somos la capital mundial de la muerte, somos un referente de seguridad y nadie lo puede poner en duda, ahí están los resultados».
En mayo pasado, escribió en su cuenta de Twitter: «Cerramos el 10 de mayo de 2023 con cero homicidios a nivel nacional. Con este son 365 días sin homicidios, todo un año». En el mensaje, el mandatario considera que la cifra no tiene precedentes y la compara con 2015 cuando El Salvador alcanzó los 6,665 homicidios.
Desde que Bukele declaró el llamado «régimen de excepción» escribió en redes sociales: «Todo arrestado irá a vivir el mismo régimen de dos comidas al día, dormir en el suelo sin sábanas ni colchonetas, sin insumos de limpieza personal, por 30 años». Bajo esta nueva directriz, la única prueba en contra de una persona detenida es su propio arresto. Y, aun así, esta iniciativa ha sido ampliamente apoyada por la mayoría de la población salvadoreña.
Los grandes productores de violencia por años fueron las dos pandillas más grandes de El Salvador, la Mara Salvatrucha y Barrio 18. Nacieron en las calles de Los Ángeles en los Estados Unidos y se conformaron por refugiados de la sangrienta guerra civil salvadoreña en los años ochenta. Cuando se firmó la paz en 1992, los peligrosos pandilleros fueron deportados a un país devastado por el conflicto armado y ahí fue donde reclutaron una fuerza de huérfanos de guerra. Las Maras se extendieron por todas partes arrasando gran parte de la actividad comercial provocando terror en la población y dejando tras de sí un cuantioso rastro de cadáveres.
Tatuados y armados, extorsionaban, asaltaban y mataban a su antojo. Se les responsabilizaba de convertir a un país de 6.5 millones de habitantes en uno de los más violentos del mundo. Por eso, muchos aplauden los arrestos masivos y las imágenes que muestran el total sometimiento de miles de hombres semidesnudos mostrando su tinta con los símbolos de las temidas Maras.
Si avanzamos hasta el día de hoy, Bukele se ha convertido en el presidente más famoso en la historia de su país por su profunda ofensiva en la que ha encarcelado a más de 70,000 personas (todos ellos supuestos pandilleros), equivalentes al 1% de su población, en poco más de un año. Eso en nuestro país equivaldría a 1.3 millones de mexicanos.
La nación centroamericana tiene ahora la proporción más alta de reos en el mundo y la represión se transmite en fotografías que muestran a los reclusos encadenados con la cabeza afeitada y en calzoncillos blancos. Esas imágenes que se han vuelto el sello de la casa le han dado la vuelta al mundo porque así lo ha querido el presidente salvadoreño.
Junto con los arrestos masivos, su correspondiente represión y múltiples quejas de violación de derechos humanos, no se puede negar que los asesinatos han caído en picada. Esto ha conllevado a que las encuestas de opinión sitúen a Bukele con una aprobación que ronda el 90%.
Los homicidios en El Salvador alcanzaron su punto máximo en 2015 con 102 asesinatos por cada 100,000 habitantes. Luego, con la represión de 2022, cayeron a casi 8 por cada 100 mil. Si la tendencia se mantiene, El Salvador podría terminar 2023 con una tasa similar a la de varios países europeos del primer mundo.
Amable lector, después de leer lo anterior, le pregunto; ¿Vale la pena avasallar la libertad y los derechos humanos al cambiar la democracia por seguridad? Una estrategia brutal, pero efectiva acorde a la población salvadoreña.
El tiempo dirá si el éxito político de Bukele (quien ya busca la reelección a pesar de su prohibición constitucional) durará o si será efímero. Personalmente, considero que se está empollando una gran bomba de tiempo. Sun