Hugo Alfredo Hinojosa
Y bien, estamos en un nuevo siglo, un momento histórico, como todos, único. Porque todos los momentos históricos son únicos. Nadie puede contradecir esta premisa, es dialéctica pura.
Pienso que estamos viviendo la repetición del siglo XX de revoluciones y alteraciones geopolíticas. Mi limitado conocimiento de la historia así me lo dicta. Tan solo hay que voltear la mirada al pasado.
Este, como todos, es un momento crítico de la historia mundial, una encrucijada donde las estructuras que han sostenido el orden global desde la Segunda Guerra Mundial se desmoronan, dando paso a un panorama incierto y desvergonzado, reparo en esta última palabra que conecto con mi visión de la Muerte del Diablo, donde la vergüenza, como último bastión de la moral humana, ha perdido su rumbo. Nadie tiene vergüenza ya.
Retomando a SlavojZizek, en su análisis filosófico sobre este momento histórico, que nos ofrece una visión para entender este cambio de era o colapso del neoliberalismo, debido a la irrupción de figuras como Donald Trump en la historia política del mundo, y que son catalizadores de un cambio inevitable, exploro lo siguiente: ¿qué significa este nuevo orden global caracterizado por la desvergüenza del poder, y cómo la izquierda debe reinventarse con pragmatismo, ética y una visión clara para evitar que el caos actual se consolide en un sistema opresivo?
La situación es trágica, pero también ofrece una chispa de esperanza si la izquierda logra abandonar sus dogmas y conectar con las aspiraciones de la gente común.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo occidental se organizó en torno al sistema de Bretton Woods, el estado de bienestar y un orden basado en reglas que promovía la estabilidad y la cooperación internacional. Este período, marcado por un equilibrio entre crecimiento económico y protección social, fue reemplazado en las décadas de 1970 y 1980 por el neoliberalismo, un modelo que priorizó la globalización, la desregulación y el libre mercado.
Sin embargo, este modelo generó desigualdades profundas. Mientras los multimillonarios prosperaban, los trabajadores industriales estadounidenses, como los del acero, enfrentaban desempleo y precariedad.
El ascenso de China como potencia económica marcó el inicio del fin del neoliberalismo, exponiendo las limitaciones de un sistema que no distribuía equitativamente sus beneficios.
En este contexto, Donald Trump emergió como un acelerador de un cambio que ya era inevitable. No fue una anomalía, sino un síntoma de las fallas del orden liberal democrático y del estado de bienestar.
Identificó las grietas del neoliberalismo [la explotación de los trabajadores estadounidenses y los desequilibrios comerciales] y ofreció una narrativa proteccionista y nacionalista que resonó con un electorado frustrado, además conectado con el mundo del espectáculo que es propio de Estados Unidos.
En Estados Unidos, los demócratas se enfocaron en políticas identitarias y discursos dirigidos a la clase media alta, ignorando el malestar de la clase trabajadora blanca.
Pero la reelección de Trump en 2024 demostró que su mensaje había calado más profundamente que las promesas vacías de los demócratas.
La campaña de Biden, y más tarde la de Kamala Harris, careció de una visión clara, incapaz de competir con la narrativa de cambio radical que Trump ofrecía. Los demócratas, al jugar los juegos de la élite cultural, dejaron un vacío que Trump llenó con su retórica populista.
El asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, por ejemplo, fue una parodia perversa del sueño izquierdista de ocupar los centros de poder, pero desprovista de cualquier propósito emancipador… Figuras como Trump encarnan un relativismo que se burla de sí mismo mientras cambia de posición sin pudor, (…) se burla del poder que él mismo representa y lo ejerce desde la burla. Por tanto, criticarlo es absurdo, pues domina el juego político al reírse de sí mismo.
Pienso pues que la izquierda debe abandonar la nostalgia por el estado de bienestar socialdemócrata, que ya no es viable en un mundo globalizado, y adoptar una postura pragmática que combine la regulación del mercado con el mantenimiento de la democracia…
Para este nuevo siglo es anticuado hablar de Izquierda y Derecha… al final, los partidos, los movimientos políticos son manifestaciones de nacionalismos… y la política en sí es bélica por naturaleza… que confronta a la humanidad.
El punto donde Izquierda y Derecha confluyen es la eliminación de las libertades… en la emasculación del hombre… hombres sin hombría… es lo que vemos ahora… tan frágiles como una gacela y haciendo de su significado en árabe un ejemplo: frágil y rápida.Sun





