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Dr. Omar Gómez Alfaro, Firme Candidato Para Obtener la Medalla “Belisario Domínguez”

* Lleva 6 Décadas de Labor Altruista en Chiapas.

Tapachula, Chiapas; 18 de septiembre del 2022.- Omar Gómez Alfaro, nació en el primer tercio del siglo pasado en Comitán de Domínguez, Chiapas. No conoció a su padre y su madre tuvo que emigrar porque su trabajo de ayudante en una panadería era solo para que le dieran un espacio en donde dormir y un poco de comida, pero no alcanzaba para mantener a sus dos pequeños hijos.
Llena de pánico, decidió irse a vivir a la Ciudad de México, en donde después de muchas penurias logró que alguien le prestara un cuartito para que vivieran y uno más para que instalara una tiendita, «La Esperanza», con la que más o menos conseguían los recursos para sobrevivir, mientras que se empleaba como sirvienta en unos condominios..
Así, a sus ocho años de edad, Omar tuvo que salir a las calles de la capital mexicana para buscar trabajo de mozo y mandadero. Después, en un local con venta de bicicletas limpiaba los pisos con aserrín y petróleo, hasta que el propietario del establecimiento lo apoyo para que entrara a la escuela. Al llegar al sexto grado, su suerte le favorecería porque su maestro decidió otorgarle un diez de promedio y eso le abrió las puertas para inscribirse en la secundaria.
Durante todo ese tiempo también aprendió el arte de la reparación de calzado y la sastrería. No pensaba estudiar y su sueño era -más bien- ser mecánico. Por eso fue de un lado a otro en busca de algún taller en donde le permitieran darle un espacio como aprendiz, pero no lo consiguió y por ello se vio forzado a seguir en las aulas. De haberlo encontrado, hoy sería un gran especialista, pero de carros.
Hubo muchas noches en las que no pudo conciliar el sueño pensando cómo conseguir dinero para que comiera su mamá y hermano, y para salir de la pobreza extrema en la que vivían. Así llegó a la preparatoria y se encontró con la sorpresa que, para esas fechas, no había exámenes de admisión y era libre el pase a la UNAM. El día que se inscribió no sabía la carrera a escoger, pero algo le dijo que se inclinara por la medicina, en donde unos años después de graduó.
Diez días antes de partir a Chiapas para realizar su servicio social, se casó con su eterna compañera, Gloria Cruz. Llevaba la idea de que al concluir ese periodo seguiría sus estudios para ser un cardiólogo. Sin embargo, al llegar a La Trinitaria, se percató que la miseria era mucho más grande de la que se hubiera imaginado y que ahí lo que se requería eran cirujanos y por eso decidió tomar ese camino.
Descubrió también una cruel realidad, en la que los pobres no existían para el gobierno. Es más, ni siquiera los incluían en el discurso y mucho menos en los presupuestos. Por eso las comunidades no contaban con ningún servicio público, como agua, drenaje, energía eléctrica, alumbrado público, calles, carreteras, centro de salud. No había nada, más que habitantes y carteles que pegaban las autoridades en apoyo a los partidos políticos.
Esa dramática situación lo forjó y lo hizo ser crítico del gobierno, analítico y altruista, porque de todos modos la población no tenía recursos para pararle. Con el tiempo esa pobreza también lo atrapó y tuvo que dejar por un lado las aspiraciones económicas para dar paso a los valores de justicia e igualdad social.
Aunque sus tareas como médico eran demasiadas, se dio cuenta que tenía que organizar esas comunidades para construir sus destinos. De esa manera formó el primer Comité Proelectrificación de las zonas rurales de Chiapas y tocó puertas en el gobierno para llevarlo a cabo, pero les negaron el apoyo y solo les dijeron que el proyecto para La Trinitaria costaba 130 mil pesos y que, si querían la luz, tenían que reunir esos recursos.
Desilusionado por la actitud de los funcionarios pensó en desistir de esa idea. Sin embargo, visitó a una familia en extrema pobreza y platicó con ellos sobre lo que se pretendía hacer. Lágrimas de coraje le brotaron de sus ojos cuando le entregaron los únicos dos pesos que tenían para comer una semana, y lo dieron con una sonrisa en los labios. Meses después tuvo que regresar a México y ya no pudo ver su obra del sistema eléctrico terminada.
Al llegar a la capital, alrededor de 1964, se encontró con un Hospital General llenó de carencias, sin medicamentos, insumos e incluso les daban solo un par de guantes para atender a todos los pacientes y con esos mismos hacer las operaciones. El área de Urgencias era dos pabellones sin nada, y en la mayoría de las veces, los propios médicos tenían que poner de sus bolsillos para comprar lo que se requería. Incluso, las autoridades ordenaban que se recetara Metronidazol a todos los pacientes, para «curar» cualquiera de sus enfermedades.
Por supuesto que había mucha inconformidad en el sector salud, la cual canalizó con una protesta y la advertencia de que, si no eran atendidos, se irían a huelga, la que finalmente ocurrió y se prolongó por espacio de tres meses hasta que el gobierno accedió a cumplir con el pliego petitorio, modernizar ese hospital y dotarlos de lo necesario, incluso de Rayos X y un fondo revolvente.
Regresó a Comitán el 19 de septiembre de 1974 a trabajar toda la semana en el hospital, mientras que sábado y domingo se iba a las comunidades rurales. Fue cirujano tres meses y en enero lo nombraron director.
«Había enfermedad de hambre, comunidades indígenas sumidas en la miseria en las que tres de cada diez niños nacían muertos por tétano». A finales de 1975 conoció a dos misioneros que le pidieron salvar la pierna de un campesino accidentado y al hacerlo también abrió el acceso a la selva y a las regiones indígenas, en donde hasta la fecha es ampliamente reconocido, ovacionado y querido por toda la población.
«Caminé de la mano de toda esa gente sufriendo sus necesidades. Ellos, los pobres dueños de las tierras más ricas del país», dijo un día el que ahora es considerado en México como el pionero de la medicina social y del modelo de atención «Hospital sin Paredes».
En su labor, se destaca haber conformado grupos de médicos altruistas que dieron todo su tiempo y esfuerzo para llevar el servicio de salud a las regiones más marginadas de Chiapas y otras regiones del país. Además, por enseñarles a los pobladores a ser promotores de salud, con cursos de primeros auxilios, atención hospitalaria y quirúrgica, medicina preventiva, incluido la construcción de letrinas y la purificación del agua.
Para entonces ya no cabían los pacientes en el hospital, porque ya todos tenían la confianza en él. Para ello el gobierno le exigió que se cobrara una «cuota de recuperación» y que ese dinero se enviara a México. En lugar de eso, la población empezó a contribuir con lo que tenían y con ello se construyó un albergue para los familiares de los pacientes, un área de rehabilitación y otros espacios para el beneficio de todos.
En ese tiempo asistió a un mitin para hablar de las injusticias, la desigualdad social y la marginación del gobierno federal hacia Chiapas, pero hubo balazos y varios de los participantes murieron, además de que la administración gubernamental lo destituyó de su cargo.
Con la ayuda de amigos, formó una clínica y la fundación Fraternidad, en donde se han operado a unas 35 mil personas de manera altruista. De ellos, unos 600 en el primer año de la pandemia, sin pagar un solo centavo, además de que continuó llevando un quirófano móvil a las comunidades indígenas
Omar Gómez Alfaro, «El doctor de los pobres» es una leyenda viviente en Chiapas. Su vida al servicio de la población y sus obras trascendieron de un lado a otro y por ello hasta la fecha es esperado con júbilo, como se hace cuando regresa el hijo al seno familiar. Es, además, un modelo a seguir en las escuelas de medicina de todo el mundo y la inspiración de muchos egresados.
El rotativo EL ORBE se une a las voces que consideran que es un digno aspirante a recibir la Medalla Belisario Domínguez, a entregarse en el Senado el próximo mes, como un reconocimiento a su labor altruista en favor de Chiapas, sobre todo de los más desprotegidos. EL ORBE / Ildefonso Ochoa Argüello

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