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DIOCESIS DE TAPACHULA

 
“Tanto Amó Dios al Mundo que le Entregó a su Hijo Único, Para que Todo el que Crea en él, Tenga Vida Eterna”
DOMINGO DE RAMOS (A)
9 DE ABRIL DE 2017

Con la procesión de ramos iniciamos la Semana Santa. Es una semana que nos invita a contemplar y vivir el misterio del amor sin límites de Dios a nosotros: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único”. Jesús clavado en la cruz es el más claro y elocuente “te amo” de Dios para nosotros. El Señor Jesús nos dé la gracia de creerle cuando nos dice a cada uno: “Muero por ti”, “Entrego mi vida por ti”, “Cuenta conmigo, nunca te abandono”. Este amor dará un tono nuevo a nuestro vivir de cada día. Leamos con cariño esta página del Evangelio de San Mateo:
Cuando Jesús y los suyos iban de camino a Jerusalén, al llegar a Betfagé y Betania, cerca del monte de los Olivos, les dijo a dos de sus discípulos: «Vayan al pueblo que ven allí enfrente; al entrar, encontrarán amarrado un burro que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganmelo. Si alguien les pregunta por qué lo hacen, contéstenle: ‘El Señor lo necesita y lo devolverá pronto’ «. Fueron y encontraron al burro en la calle, atado junto a una puerta, y lo desamarraron. Algunos de los que allí estaban les preguntaron: «¿Por qué sueltan al burro?». Ellos les contestaron lo que había dicho Jesús y ya nadie los molestó. Llevaron el burro, le echaron encima los mantos y Jesús montó en él. Muchos extendían su manto en el camino, y otros lo tapizaban con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante de Jesús y los que lo seguían, iban gritando vivas: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David! ¡Hosanna en el cielo!». Palabra del Señor.
Jesús entra a Jerusalén como entraban los reyes, montado en un burrito sobre el que sus discípulos han echado sus mantos, y en medio de la aclamación de la gente. Toda aquella gente lo aclamaba, porque habían tenido noticia o habían sido testigos de las maravillas que hacía. También nosotros podemos tomar en la mano una palma y alabar al Señor por las grandes obras que realiza ahora entre nosotros, de las que tenemos noticia o de las que somos testigos. En su nombre muchas personas dejan la comodidad de sus vidas y se dedican a cuidar a quienes sufren. Confiando en su palabra son muchísimos quienes cada día ponen sus capacidades al servicio de los demás en el trabajo que realizan, y haciendo el bien obtienen lo necesario para vivir. Bajo su impulso son incontables las personas que intentan reconciliar a quienes el odio enfrenta y destruye. En muchísimas personas, el Señor Jesús ha puesto un fuerte anhelo de paz que les impulsa a crear condiciones más justas de vida… Nos ha dicho el Papa: “Con Jesús no desparecen las dificultades, pero se enfrentan de una manera diferente, sin miedo, sin mentirse a sí mismos y a los demás, se enfrentan con la luz y la fuerza que vienen de Él”. Porque es mucho y muy grande el bien que Jesús realiza entre nosotros, unimos nuestras voces a aquella multitud para gritar un “Viva” al Señor.
Entrar con el Señor Jesús a Jerusalén nos llevará a sentarnos con Él a la mesa el jueves santo y, al día siguiente, caminar con Él el camino del Calvario, para quedar a la espera del gran gozo de su resurrección. Hace algunos años, el Papa Francisco nos decía que “Vivir la Semana Santa es entrar cada vez más en la lógica de Dios, en la lógica de la Cruz, que no es ante todo aquella del dolor y de la muerte, sino la del amor y del don de sí que trae vida”.
En la última cena el Señor Jesús nos dirá: “Ejemplo les he dado para que ustedes hagan lo mismo”. Ha lavado los pies a los apóstoles. En ese gesto sintetiza el ejemplo que nos ha dado: el más grande sirve al más pequeño. Ese es el amor cristiano. Hemos de dejar que Jesús nos lave los pies de todo aquello que nos empuja a hacer de nuestro cargo, de nuestro saber o autoridad, una fuente de privilegios, para que como Él, podamos servir a los demás precisamente en eso en lo que tenemos más capacidades, fuerzas y recursos que ellos.
El Viernes Santo miramos a Jesús clavado en la cruz. Sus brazos completamente abiertos para decirnos que en su amor hay siempre un espacio para nosotros. Son brazos que nunca se cierran. Derrama su sangre para redimirnos, para hacernos suyos. La muerte del Señor Jesús tiene un valor infinito, es la vida del Hijo de Dios hecho hombre entregada por nosotros. Con ello el Señor Jesús refuerza y reafirma que la vida humana no tiene precio, aunque algunos sicarios cobren 3 mil o 4 mil pesos por matar; aunque por no haber nacido todavía, muchas criaturas sean eliminadas; aunque por llevarse 100 pesos y un celular alguien quite la vida a otro; aunque para mantener los precios se desperdicie el alimento cuya carencia hace a muchos morir de hambre; o para no disminuir las ganancias se quiten puestos de trabajo que son fuente de vida para familias completas. En el dolor por crímenes tan crueles e inhumanos, de muchos de los cuales nos dan noticia los medios de comunicación y otros están todavía ocultos por la tierra que pusieron encima de ellos, ante la cruz de Jesús proclamamos que la vida humana no tiene precio, y ponemos en manos del Señor a todos esos hermanos nuestros a quienes la maldad o la indiferencia han asesinado. Que todos ellos escuchen de sus labios: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Donde quiera que estemos, vivamos junto al Señor Jesús esta Semana Santa.
Hagamos una oración especial por la paz en el mundo. Que los problemas y las diferencias se resuelvan con el diálogo y la concordia.

+Leopoldo González González
Obispo de Tapachula

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