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DIOCESIS DE TAPACHULA

 

Vengan a mí Todos los que Están Cansados y Agobiados por la Carga y yo les Daré Alivio
XIV DOMINGO ORDINARIO (A)
9 DE JULIO DE 2017

Hace algunos años un periodista expresaba su extrañeza de que en las páginas del Evangelio nunca apareciera Jesús sonriendo. Ciertamente no nos lo dicen con esa palabra, pero hay muchas que nos hacen intuir que la alegría era una característica permanente suya. Una de esas páginas es la que la Iglesia pone ante nosotros este domingo. Leámosla con apertura de corazón.
«En aquel tiempo, exclamó Jesús: Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, por-que has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados por la carga y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (San Mateo 11, 25-30).
La alabanza y la acción de gracias brotan de nuestros labios cuando nos sentimos impresionados por la bondad que alguien ha tenido con nosotros, es decir, cuando nos sentimos bendecidos, amados, contentos. Jesús está contento, alaba y da gracias al Padre por la manera como la obra de salvación se ha ido desarrollando, desde la gente sencilla, sin estridencias ni cosas espectaculares. Hablando en parábolas lo expresó diciendo que la presencia del Reino de Dios era como el germinar de una semilla, como el brotar de la pequeña planta, como el poco de levadura en medio de la masa. Tener ojos para mirar también el bien pequeño es mirar como Jesús, es tener de qué sentirnos contentos, es abrir un rayo de esperanza en nuestra vida. De otra manera nos hacemos renegones, perdemos toda esperanza y no tenemos fuerzas para enfrentar las dificultades de cada día. Preguntémonos cuántas veces hemos dado las gracias el día de hoy, es decir, cuántas veces nos hemos mirado amados, bendecidos, contentos.
“Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados por la carga, yo los aliviaré”. Hace algún tiempo una persona hablaba al Sr. Obispo Don Felipe Arizmendi de la cámara hiperbárica, como una ayuda para descansar de tensiones, recuperar la tranquilidad y tener más paz. Don Felipe le respondió: “Eso lo obtengo de rodillas ante el sagrario”. Es bueno preguntarnos dónde buscamos nuestro descanso y nuestra paz, pero es todavía más importante mirar dónde realmente los encontramos. ¿Por qué empecinarnos en cosas que no sólo no nos ayudan a descansar, sino que más bien perjudican nuestra salud, deterioran nuestro estado de ánimo y dañan a otros? Jesús nos invita a encontrar en Él nuestro descanso y nuestra paz. ¿Por qué no aceptar su invitación? No nos dispensa de dificultades y contrariedades, de penas y llanto, pero ilumina, da sentido a cada situación que vivimos, hasta a aquellas que parecen pura oscuridad. Abre puerta de esperanza por más que parezca todo cerrado. Así hace ligero nuestro yugo.
“Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso”. La mansedumbre es la única virtud que en las bienaventuranzas explícitamente trae aparejada una promesa de felicidad que arranca desde nuestra realidad temporal hasta la plenitud del Reino de Dios: “Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán en herencia la tierra”. La mansedumbre consiste en conservar la claridad de mente en el momento de conflicto o dificultad para actuar sensatamente. El Señor Jesús es admirable en su mansedumbre. Cómo encuentra la palabra adecuada cuando le tienden la trampa. Cómo logra, ante quien ha actuado mal, hacer sentir la misericordia sin dejar de lado la justicia. Cómo defiende sus derechos sin violentarse. La mansedumbre es la virtud de quien es muy fuerte interiormente y por ello es sensato, paciente y generoso, confía en la fuerza del bien y en el bien busca la justicia. Por desgracia, la inmensa mayoría hemos experimentado en nuestra propia vida que cuando en los problemas se nubla nuestra mente, estamos expuestos a hacer tonterías que nos duelen mucho y que hacen sufrir mucho.
La humildad consiste en poner al servicio de los demás lo mucho que hemos recibido de Dios. Así nos lo mostró el Señor Jesús, que pudo hacer un resumen de su vida en el gesto de lavar los pies a los apóstoles: “Ejemplo les he dado para que ustedes hagan lo mismo”.
Jesús ofrece su descanso y su paz también a través de sus discípulos. Cuidemos nuestro estado de ánimo. También en las dificultades y trabajos podemos serenarnos y tener la bondad de escuchar, comprender y tender la mano a quien se encuentra agobiado. Jesús, que alivia la angustia del ladrón crucificado junto a él, nos dice que es posible hacerlo.
“Concédenos, Señor, Dios nuestro, amarte con todo el corazón y con el mismo amor amar a nuestros prójimos”.

+Leopoldo González González
Administrador Diocesano

 

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