Olga Pellicer
Pocas veces desde la Segunda Guerra Mundial el mundo se ha encontrado ante peligros y disyuntivas tan serias como las que se viven desde el momento en que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, decidió invadir Ucrania.
El conflicto en esa parte del mundo no es nuevo. De hecho, desde 2014, cuando tuvo lugar la invasión de Crimea y un golpe de Estado derrotó al presidente ucraniano, las hostilidades en la región del sureste entre grupos separatistas prorrusos y el gobierno de Ucrania no han cesado.
A pesar de diversas señales sobre el peligro de un escalamiento de tensiones que apuntaba hacia conflictos mayores, poco se hizo de una y otra parte, así como de organismos multilaterales como la OTAN, para prevenir o desactivar el enfrentamiento que se aproximaba. Queda para los historiadores dilucidar los motivos por los que los líderes de los países miembros de esa organización fueron tan indiferentes a lo que estaba ocurriendo.
Sólo algunas voces, como Henry Kissinger, entonces ya como pensador y no como dirigente político, se alzaron para señalar el peligro de no tomar en cuenta los reclamos rusos y no abrir el camino a una solución más realista a los problemas de seguridad en Europa.
Ahora, cuando el desastre humanitario ya tiene lugar y cuando el escalamiento de las tensiones por parte de Rusia llega hasta poner en alerta el armamento nuclear, los ánimos han cambiado. Con increíble rapidez los miembros de la OTAN se han unificado. Algunos miembros prominentes, como Alemania, modificando posiciones muy significativas de épocas pasadas, como la oposición a proporcionar armamento a otros países.
Se ha puesto en pie, con igual rapidez, un programa de sanciones económicas muy amplio, muy duro, muy aplaudido por los miembros más poderosos de la alianza, destinado a colocar todos los obstáculos posibles al funcionamiento de la economía rusa.
Desde el punto de vista financiero, de comercio internacional, de comunicaciones y transporte, Rusia está aislada. A sólo una semana de que Putin invadió Ucrania, el panorama de la economía y la geopolítica internacional ha cambiado notablemente. Pocas veces en la historia contemporánea nos habíamos encontrado ante un panorama tan incierto respecto a las consecuencias que todo ello va a tener a mediano y largo plazos.
Según declaraciones de importantes líderes europeos, los resultados de las medidas económicas se verán dentro de muchos años. Tal afirmación nos parece cierta. Europa depende en gran medida de los energéticos y productos agrícolas que provienen de Rusia. La suspensión del gasoducto que transporta gas natural desde ese país a Alemania, se enmarca, según declaran, dentro de la determinación de poner fin a la dependencia europea de Rusia. Lograrlo, evidentemente, llevará tiempo.
Muchas otras reflexiones vienen a la mente cuando se repasan las prohibiciones para sobrevolar el espacio aéreo de Europa y Canadá, la decisión de no recibir embarcaciones rusas, sacar a los principales bancos rusos del sistema Swift, etcétera. Todo ello tiene que verse a la luz de las consecuencias que históricamente han tenido paquetes de sanciones tan duras. El recuerdo de Versalles está presente.
Desde la perspectiva de México es muy complejo hacer frente a los problemas económicos y políticos que se ciernen sobre el país en estos momentos. En primer lugar, la guerra de Ucrania opera de manera muy negativa sobre dos grandes problemas económicos: la inflación y el precio de los energéticos. Respecto al primer punto, cabe recordar que nos encontramos todavía en medio de una pandemia que paralizó por año y medio las actividades económicas. Al reavivarse tales actividades es comprensible que, al igual que en otras partes del mundo, se desate la inflación. El caos económico producido por la guerra en Europa y las medidas económicas contra Rusia tendrá como consecuencia empeorar semejante problema.
Más grave aún es el precio de los energéticos. México es un país que exporta petróleo, quizá se vea beneficiado en ese rubro, pero es ante todo un importador de gasolina y gas natural. La mayoría de la producción de electricidad por parte de la Comisión Federal de Electricidad depende de gas natural proveniente de Texas. Puede afirmarse que los precios se van a incrementar seriamente. Quizá no mañana ni la semana entrante, pero ciertamente en el transcurso de este primer semestre.
El tema político es también muy delicado. Las experiencias durante la pandemia obligaron a un acercamiento mayor con China, país que ocupa el segundo lugar en nuestro comercio exterior como proveedor de bienes intermedios. No se puede olvidar que los primeros cargamentos de equipo médico provinieron de China; más tarde las vacunas. En el caso de Rusia, el envío de la vacuna Sputnik fue fundamental para cubrir las necesidades que se tenían en ciertos sectores, particularmente los relacionados con la docencia.
No será fácil lograr una aceptación generalizada de un paquete de sanciones económicas que perjudica los intereses de los países en desarrollo. Esto no significa, desde luego, que no sea absolutamente condenable la invasión a Ucrania, cuyos efectos sobre la población civil están siendo tan dolorosos y dramáticos. Tampoco que México pueda ignorar la importancia primordial de Estados Unidos para sus relaciones exteriores; se trata, sin duda, de nuestro socio principal desde el punto de vista económico, político y social.
Ahora bien, es necesario distinguir entre la condena a la invasión y la aceptación acrítica de sanciones que tendrán consecuencias negativas para la estabilidad económica y política mundial. Por lo tanto, pronunciarse a favor de una negociación que permita trazar el mapa geopolítico de Europa, de manera que se logre una estabilidad a largo plazo, debe ser la prioridad de la diplomacia mexicana. La coordinación entre nuestro representante en la ONU, Juan Ramón de la Fuente, y el presidente López Obrador es fundamental para que dicha diplomacia tenga credibilidad y sea respetada. Apro