Raudel Ávila
El general Sir Rupert Smith dirigió la primera División británica durante la guerra del Golfo, fue el comandante supremo de las fuerzas de la Organización de las Naciones Unidas en Bosnia, General Comandante para el Conflicto de Irlanda del Norte y concluyó su carrera con honores como Comandante en Jefe Adjunto de las Fuerzas Aliadas de la OTAN en Kosovo. Tras cuarenta años de servicio publicó un libro sobre lo que él consideraba que los políticos debían saber antes de lanzarse a empresas bélicas, The Utility of Force: The Art of War in the Modern World.
En la perspectiva de Smith, lo principal es entender la utilidad de la fuerza. En otras palabras, para qué sirven (y para qué no) los ejércitos. La fuerza sirve para ganar conflictos militares y destruir objetivos específicos, no para resolver problemas políticos o diplomáticos. Esto, que parece una obviedad, según Smith no suelen tenerlo claro los gobernantes. Es factible poseer una ostensible superioridad militar sobre el enemigo y obtener la victoria en combate, pero fracasar en los objetivos políticos. Así sucedió en la segunda guerra de Irak, donde las fuerzas estadounidenses rápidamente conquistaron Bagdad y derrotaron a las fuerzas de Sadam Hussein. No obstante, veinte años después no lograban su objetivo político de consolidar un sistema local democrático. En cambio, la perspectiva del general Smith es que la OTAN es la alianza militar más exitosa de la historia, pues ganó la guerra fría sin necesidad de enfrentar directamente a la URSS. Muy en la línea de Sun Tzu, para quien la mejor victoria consiste en vencer sin combatir. Es decir que la participación indirecta de la OTAN en la actual guerra de Rusia contra Ucrania se explica no solamente como un esfuerzo por evitar que el conflicto escale, sino como parte de una doctrina militar específica.
Ha quedado demostrado contundentemente que Estados Unidos y la OTAN superan a Rusia en una guerra convencional (esperemos nunca saber qué pasaría en un conflicto nuclear). Supongamos, con el optimismo de numerosos analistas, que la guerra ya estuviera ganada a favor de Ucrania. Mientras Putin siga en el poder, no va a ceder en su aspiración de apoderarse un día de Ucrania. Del lado del valiente pueblo ucraniano, es natural que consideren injustificable la exigencia de entregarle definitivamente a Putin una serie de concesiones territoriales permanentes. La fuerza militar no puede resolver estos problemas, a no ser que se produzca la rendición absoluta e incondicional de uno de los contendientes, justamente lo que no veremos. Las guerras, dice el general Smith, no concluyen cuando se gana una sucesión de batallas, sino cuando se ha quebrado totalmente la voluntad de combatir de uno de los bandos. Consecuentemente, un escenario sería que el conflicto se prolongue hasta que alguna de las dos fuerzas se desgaste y firmen un armisticio que Putin violaría en la primera oportunidad. También es posible que la OTAN busque armar guerrillas de resistencia si Rusia toma control de Kiev.
Lo que vemos es un ejército invasor enfrentado a la resistencia de un gobierno legalmente electo que vive con la esperanza de que un día las potencias occidentales decidan intervenir directamente a su favor. Esta pesadilla ya la vivió el mundo en la guerra civil española, antesala de la Segunda Guerra Mundial. El gobierno de la heroica España republicana solicitaba apoyo de las potencias occidentales (que nunca llegó, a diferencia del caso ucraniano) frente al embate de las potencias fascistas. La renuencia de las potencias occidentales a involucrarse les costó muy cara. De eso hablaremos la próxima vez, atendiendo el Testimonio de Dos Guerras del teniente coronel Manuel Tagüeña. SUN