viernes, abril 26, 2024
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Járkiv, los Rostros de la Guerra

Irene Savio

Ésta, la segunda ciudad más importante de Ucrania, es hoy primera línea de guerra. Es un niño que juega en el jardín de su casa mientras retumba la artillería. Es una madre que pasea en un parque cuando es alcanzada por un fragmento de misil. Es el chillido metálico de un carro de combate con tracción de oruga al pasar por una carretera urbana. Es el teléfono de un informático al que su hermano menor, veinteañero y policía, le avisa que se encuentra en medio de un bombardeo fuera de su horario laboral.
Son las sirenas a las que ya nadie hace caso, las columnas de humo que tiñen el cielo, y una estación de bomberos, una iglesia y un hospital. Todos, martirizados por los proyectiles.
Y también es ese supermercado del centro de la ciudad en el que militares armados con Kalashnikov esperan ordenados su turno en la fila para ser atendidos después de unas periodistas, mientras al lado pasan unos cooperantes y una empleada sonríe por una situación a la que no se quiere acostumbrar.
Escenas como éstas, todas reales, todas cotidianas, se ven en estos días en la militarizada Járkiv, ciudad orgullosa cuyos vecinos se resisten a caer presas del clima irrespirable impuesto por la guerra.
Las bombas aquí caen muy cerca, con el inestimable apoyo de la artillería, que ha dejado a la población más vulnerable de barrios enteros -ancianos, discapacitados, gente con pocos recursos- sin más sostén que la que ofrecen las redes de la resistencia civil ucraniana; eso es, básicamente, civiles que ayudan a otros civiles más indefensos todavía.
Muchos se han ido, y otros se están organizando para hacerlo, eso sí. La ciudad, vigorosa y enérgica hasta antes de la guerra, se ha ido vaciando. Cada día salen trenes llenos de personas que se van.
La despoblación es tal que en algunas zonas la naturaleza ha empezado a prevalecer sobre la obra humana. El murmullo de las hojas al ser acariciadas por el viento se siente más, y el canto de los pájaros se puede llegar a escuchar sin interferencias. También el cielo, los días en los que los bombardeos no lo tiñen de gris, es de un color azul monótono.
Tampoco es Járkiv un estado policial. La devastación de la guerra no ha deshumanizado a los que quedan en ella. Ni los soldados, sucios y cansados por un conflicto que no descansa, han dejado de dar el “buenos días”, ni los habitantes de la ciudad desconfían de los extranjeros como si fueran gente de poco fiar o se ha dejado de hablar el ruso como idioma principal de la intimidad y el día a día.
Incluso en las barricadas se continúa manteniendo cierto orden y se da el paso al que tiene más prisa. La preocupación se concentra en mantener a salvo a sus seres queridos y a cualquiera que se encuentre en dificultades… y en que el mundo sepa lo que ocurre aquí.
La espontaneidad y ausencia de la crisis de nervios de Járkiv tiene que ver, con toda probabilidad, con su historia. No es la primera vez que esta ciudad, nacida sobre un asentamiento cosaco, es teatro de feroces batallas.
Nació como ciudad en 1656, para proteger la frontera sur del entonces imperio ruso (Alejo I de Rusia era el zar entonces) y durante la Segunda Guerra Mundial fue un centro disputado (durante las llamadas cuatro batallas de Járkiv) por soviéticos y nazis, siendo los primeros los que finalmente la tomarían en 1943.
Aunque también es visible el alma intelectual de Járkiv, ciudad que no sólo es la segunda más importante de Ucrania sino que ya en el siglo XIX era un importante centro industrial y que incluso fue capital de la república soviética entre las décadas del veinte y treinta del siglo pasado.
También Járkiv aún brilla como importante centro cultural y científico ucraniano, aunque esencialmente el espíritu de esta ciudad no deja de ser el de un puente entre Oriente y Occidente.
Por todo ello, conseguir Járkiv sería un triunfo de demasiada envergadura para Rusia, y la Ucrania del este lo sabe, más aún después de la caída de Jersón y Mariúpol, la estratégica ciudad portuaria que está en manos de las tropas rusas desde hace varias semanas y ha ofrecido escenas dantescas de las evacuaciones de civiles.
De ahí también la contraofensiva lanzada por Ucrania que aquí, en esta zona, ha hecho que las tropas rusas se replieguen algunos kilómetros. Nadie con certeza absoluta sabe si durará y cuánto durará, pero ello ha dejado detrás de sí las imágenes de ciudades liberadas en las que los habitantes aún tienen dificultades para hablar de lo que les ha ocurrido. Cosas sencillas como ir al médico son una odisea. Apro

 

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