Homero Bazán
Una vez al año, no hacía daño; una vez al mes, como de marqués; más cuando fue una vez al día, en lugar de gritar ¡qué alegría!, la compañía de Luz y Fuerza denunció por primera vez las cuantiosas pérdidas provocadas por el robo de material eléctrico a sus líneas urbanas.
Sería a mediados de los años 60 cuando se publicarían las primeras notas periodísticas sobre el tema, y según los datos conservadores de algunos directivos, por lo menos unas cinco líneas, incluyendo cables, transformadores e incluso medidores, eran saqueados por semana, ocasionando apagones en zonas de la periferia de la ciudad.
Lo que parecía un mero incidente provocado por cacomixtles bastante versados en las artes eléctricas, se convirtió con el tiempo en uno de los negocios más rentables para aquellos «expertos», que por una módica cantidad realizaban instalaciones clandestinas en cualquier predio alejado de Dios a costa del erario.
Aunque desde el régimen de Díaz Ordaz existía la consigna no escrita de evitar hablar mal de los estoicos señores de la luz, no precisamente por su abnegación, sino por los temidos sindicatos que los respaldaban, y que con un leve berrinche podían dejar a la ciudad a oscuras, las sospechas sobre quienes podían tener los conocimientos, la experiencia y el equipo para desconectar líneas y equipos completos de los postes y lucrar con ellos en el mercado negro, comenzaron a aparecer notas en algunos editoriales.
Resultó que en muchas ocasiones el material había sido extraído tan limpiamente, que los ladrones tenían que haber robado previamente un paquete de herramientas idéntico al de los «técnicos oficiales». Lo cual daba lugar a otras suposiciones, no importaba cuán bartola y borrega se considerara a la opinión pública.
«O quizá se preguntaba en 1972, un cáustico columnista, ¿será que los honrados señores de la luz han cedido a las tentaciones del chamuco y cada mes completan los gastos con unos cuantos trabajitos extras?»
Un año después, un funcionario calculaba que las pérdidas causadas por el robo de material eléctrico en las diversas colonias, ascendía (contando la reposición y pago de reinstalación) a un cuarto de millón de Pesos anuales. Sin embargo, de los responsables seguía sin investigarse nada.
Por esos tiempos, apareció una entrevista con un técnico retirado de la compañía de Luz y Fuerza, quien no obstante permanecer anónimo, se animó a dar santo y seña de los negocitos anexos que su gremio podía tejer con un poco de creatividad en los ratos libres, mismos que incluían las instalaciones clandestinas para predios comerciales, el colgado permanente de puestos ambulantes y casas-habitación a tomas eléctricas generales, y hasta el arreglo de los medidores para que avanzaran más lento y el cliente pagara hasta 70% menos en su recibo mensual.
Por cierto, la lectora Socorro Guedea, de Tacubaya, nos escribió para narrarnos su experiencia con un intento de robo por parte de falsos técnicos de la Comisión Federal de Electricidad que se apareció en su casa, supuestamente para revisar el medidor. Así como en este caso, se han reportado varios en las redes sociales, por eso, mucho cuidado con dejar entrar en sus hogares a cualquiera. Sun