viernes, marzo 29, 2024
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Un Gobierno a Prudente Distancia de Evo

Rafael Croda

Un año después de la salida del expresidente Evo Morales hacia un exilio en México y Argentina, y tras varios meses de una polarizada contienda electoral, Bolivia inició en los últimos días una nueva etapa de estabilidad política que no está exenta de enormes desafíos.
Bolivia tiene un nuevo Presidente, el economista y militante del Movimiento al Socialismo (MAS), Luis Arce, quien se desempeñó durante 12 años como ministro de Economía de Evo Morales.
Es considerado su sucesor político, pero no su incondicional. El mismo Arce se ha encargado de insistir en que Morales no será quien gobierne.
Pero el exmandatario sigue siendo el político más influyente del país. No sólo controla el MAS -el único partido con presencia nacional en Bolivia- sino los sindicatos de campesinos cocaleros.
Evo ha dicho que se dedicará a la agricultura y a la piscicultura, pero su regreso a Bolivia, el lunes 9, no fue el de un piscicultor, sino el de un dirigente popular que convoca a multitudes.
El exgobernante ingresó por tierra, desde Argentina, y en compañía del exvicepresidente Álvaro García Linera visitó durante tres días varias poblaciones suroccidentales, en las que fue aclamado por sus seguidores.
En el aeropuerto de Chimoré, en el trópico de Cochabamba, desde el cual voló a México hace un año, el 11 de Noviembre de 2019, decenas de miles de indígenas que abarrotaron la pista le dieron un recibimiento de Jefe de Estado.
Arce estaba invitado al acto de bienvenida y se esperaba su asistencia, pero no llegó. Es evidente que el mandatario está decidido a establecer una prudente distancia con Evo Morales.
Luego de su juramentación, Arce designó y posesionó a un gabinete de ministros cuyo sello es su juventud, su perfil académico, su militancia en el MAS y su pertenencia a diferentes corrientes del partido de Gobierno.
“Es un buen comienzo de Arce porque da una señal de independencia y le da oportunidad a una nueva generación. No incluyó en el gabinete a exministros de Evo que se habían mencionado para estar en su gobierno”, asegura el doctor en Ciencias Sociales Fernando Salazar.
Ese es el núcleo del equipo con el cual Arce buscará dar un sello propio a su gobierno y lidiar con la pesada figura de Evo Morales, con las diferentes corrientes del MAS, con la crisis económica derivada de la pandemia del covid-19 y con una oposición de extrema derecha que está financiada por el empresariado del pujante departamento de Santa Cruz.
Para Holzmann, especialista en relaciones internacionales y estudioso de la realidad boliviana, la llegada de Arce al Gobierno es una buena noticia para la región porque su “perfil pragmático” asegura diálogo y la posibilidad de lograr acuerdos con sus vecinos. También, señala, puede contribuir a lograr mayores equilibrios en Latinoamérica, donde la derecha ha ido perdiendo espacios.
La Errática Derecha Boliviana.
Arce llegó a la Presidencia con 55.1% de la votación, lo que permitió una victoria en la primera vuelta. Derrotó al candidato centrista Carlos Mesa, quien obtuvo 28.8% de los sufragios, y al abogado y empresario derechista Luis Fernando Camacho, quien logró 14%.
Esos resultados constituyeron una derrota impensable para la derecha boliviana, que hace un año celebraba la renuncia de Evo Morales a la Presidencia y su salida hacia México tras unos comicios cuya legalidad fue cuestionada por la Organización de Estados Americanos (OEA).
Luego de 14 años como presidente, Morales intentó reelegirse por segunda vez consecutiva el 20 de octubre de 2019 a pesar de que en un referendo realizado dos años antes los bolivianos habían rechazado mayoritariamente esa opción, la cual fue posteriormente avalada por el Tribunal Supremo Electoral (TSE).
El 10 de noviembre de 2019, dos días después de que se amotinara la policía y a unas horas de un llamado del comandante de las Fuerzas Armadas, general Williams Kaliman, a Evo Morales, para que dejara el cargo, el Presidente renunció y dijo ser víctima de “un golpe cívico, político y policial”.
También se produjeron actos revanchistas y de racismo contra el movimiento indígena de Morales. La whipala, la bandera de las nacionalidades indígenas de Bolivia, fue retirada del Palacio de Gobierno, y los policías la arrancaron de las insignias de sus uniformes.
Como presidenta interina, Jeanine Áñez se dedicó más a ajustar cuentas con Evo Morales y el MAS que a gobernar, y quedó atrapada entre sus propias ambiciones políticas y las diferentes facciones de la ultraderecha que se disputaban los cargos y presupuestos del Gobierno como botín de guerra. Apro

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