Rosario Robles
EL UNIVERSAL
Una vez más, la indignación ha recorrido todos los rincones del país ante la creciente ola de violencia hacia las mujeres y la incapacidad de los gobiernos federal y estatales para frenarla. El caso de Debanhi Escobar puso el descubierto que los cuerpos de las mujeres siguen siendo territorios donde se disputan poder y guerras misóginas, son mercancías que comercian las bandas criminales, a las que por cierto, mientras desaparecen mujeres, se les ofrecen abrazos. Demostró que una vez más no podemos caminar seguras por las calles, ni en el transporte público, sin temor a ser acosadas o violentadas.
La cifra de 12 mil 486 mujeres asesinadas durante este sexenio es escalofriante. Por ello es muy grave que los recortes presupuestales hayan afectado los programas para combatir la violencia de género. Ya no existen políticas públicas efectivas que detengan el feminicidio, entre otras cosas porque no es una prioridad del Gobierno. Se eliminaron programas como ciudades seguras, las caminatas nocturnas y toda la perspectiva urbana de inclusión y de derecho a la ciudad.
Pero más allá de eso, mucho contribuye a exaltar esta violencia el lenguaje machista que se ejerce desde el poder. La figura del «padre autoritario» que señala con el dedo flamígero fortalece las actitudes misóginas (algo que no por ser invisible es menos real). Se sigue criminalizando a las mujeres, porque tal y como señala la filósofa y feminista española Amelia Valcárcel, en la cultura patriarcal «la mujer es origen del mal, causa del mal, transmisora del mal, y heredera del mal»… tan solo porque a Eva se le ocurrió tomarse libre una mañana.
Hay que voltear a ver otra vez el emblemático caso de Debanhi. Ya estamos discutiendo si iba tomada, si consumía sustancias, si se puso impertinente, y no el hecho de que un taxista hombre la abandonó a la mitad de una carretera (en fin a una mujer se le considera un objeto) y que su cuerpo apareció 13 días después en un lugar que había sido revisado 4 veces anteriores.
Otro aspecto a considerar es que la sororidad que antes existía entre las mujeres de todos los partidos, y que permitió grandes avances legislativos, ha dejado el lugar a la confrontación y a la degradación de muchas que ocupan espacios de poder. El simple hecho de que diputadas morenistas solicitaran que Margarita Zavala no votara en la reforma eléctrica, no por ella, sino por quien es su marido, habla claramente que la misoginia no es patrimonio de los hombres y que cuerpo de mujer no garantiza una visión de género. Por el contrario, algunas son más machistas que el macho.
Vamos a seguir acumulando cifras alarmantes (10.2 mujeres víctimas de feminicidio al día), si no se aumenta el presupuesto, si no se definen políticas públicas eficaces, si no se deja atrás el lenguaje pendenciero, el discurso de odio y confrontación. Y sobre todo si las mujeres no nos damos la mano al margen de diferencias, para avanzar en nuestras causas, para ejercer plenamente el derecho sobre nuestro cuerpo, y sobre todo, el derecho a vivir libre de violencia tanto en la casa como en la ciudad. De seguir por la misma ruta no dejaremos de gritar «ni una más». Sun