Tonatiuh Herrera
(Profesor Universitario)
El mundo está en guerra permanente. Después de la Segunda Guerra Mundial la novedad de este siglo y finales del pasado es que han regresado los conflictos entre los estados europeos, aunque esa Europa se apellide oriental o sean los Balcanes. Pero la guerra entre los Estados no es la única pelea, están las guerras civiles en las que facciones internas producen los muertos, la guerra desorganizada del «crimen organizado» y también la guerra diaria del crimen de individuos desesperados.
Por número o tasa, en el mundo muere más gente por el crimen organizado que por las guerras en el mundo (según la UNODC entre 1990 y 2017 murieron por las guerras 2,250,000 personas mientras que por el crimen organizado murieron 11,770,000 personas).
Las estadísticas de desigualdad, pobreza y violencia crean un resultado que es necesario explicar: lo esperado es que países colonizadores en general tienen mayor producto, menos desigualdad y menos violencia interna que los colonizados. Europa, Nueva Zelanda, Oceanía y Canadá tienen índices de desigualdad mayor a 20 y menor a 40. En África subsahariana la guerra y la precariedad provocan que dudemos hasta de las estadísticas. Asia Oriental es un punto intermedio y Asia Central tiene más problemas. Estados Unidos es más desigual y violento que Europa, pero a niveles de desigualdad similares a la de algunos países latinoamericanos es menos violento que estos (sólo hablando internamente).
Lo que es necesario explicar es la incidencia del crimen en una región específica. Deberíamos confiar en que, estando México y los países al sur del Río Bravo alejados de la guerra convencional, nuestras bajas deberían ser menores. No es el caso.
Los países abajo del Río Bravo en general tienen un índice de desigualdad arriba de 40. Pero, además, la desigualdad, la precariedad y la injusticia provocan una violencia ligada al crimen muy intensa en la región. En Latinoamérica tenemos una tasa mayor de muertes por homicidio intencional que los países africanos (UNODC).
La guerra por la sobrevivencia debe lucharse a diario, cuando esta persiste durante mucho tiempo, y además existe un segmento altamente rentable como el de las drogas, entonces se fortalece el crimen organizado, y la región donde esta situación se agudiza es precisamente en nuestra Latinoamérica.
Así, países con menor desigualdad del ingreso como Uruguay tienen una mayor desigualdad comparados con países de otras regiones. No extraña que la tasa de homicidios intencionales sea mayor en Uruguay que en Rusia o EU. Los datos del Banco Mundial son muy altos para los dos países más grandes de Latinoamérica: México (con un índice de desigualdad de 47 y una tasa de homicidio intencional de 29 por cada 100 mil habitantes) y Brasil (con tasas de 54 y 27 respectivamente).
La desigualdad es el dato más evidente para explicar el fondo de un fenómeno complejo como el crimen en Latinoamérica. En el largo plazo, si no se atiende el tema de la desigualdad, cualquier política de contención del crimen fracasará. Si esto es verdad, habría que decir que: las transferencias son necesarias y justas, sobre todo para la población que no está en edad productiva, pero no son adecuadas para resolver el tema de las diferencias en los ingresos. Mantenerlas es tan imperativo como hacer otra cosa. Sun