Por Oscar D. Ballinas Lezama
Dadoras de Vida
“Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que te da el Señor tu Dios” (Éxodo 20:12)
Hoy, como cada año, se celebra el Día de las Madres, la mujer que sin pedir nada a cambio entrega su amor incondicional y ama a sus hijos, más que a ella misma; para ellas nuestra admiración y reconocimiento.
La mayoría de las mujeres que han traído un hijo al mundo, siempre lo pondrá como una prioridad ante todo lo demás, incluso, sobre ella misma, así lo hemos visto a lo largo de la historia de este planeta; donde las madres llevan durante nueve meses en su vientre al ser, que en unión del padre dieron vida; ahí, dentro de su cuerpo, lo cobija con amor y anhela su llegada.
Son dadoras de vida y amor, de paciencia y una misericordia que espanta, sin embargo, conforme crecen los hijos muchas veces las madres actúan en forma egoísta y llegan a creer que éstos les pertenecen, al grado que no pocos niños han sufrido ese estigma que los llena de tristeza y amargura.
Debemos reconocer que no todas las madres saben llevar ese rol, muchas de ellas desquitan sus frustraciones con sus menores hijos, los maltratan física y moralmente, llegan a pensar que esas criaturas son objetos y no pocas les amenazan con destruirlos, ya que ellas (las madres) los trajeron al mundo y por lo tanto, argumentan tener el derecho de destruirlos.
Es triste decirlo, pero es una verdad que no se puede minimizar en este mundo tan falto de amor verdadero, existen mujeres que nunca debieron tener esa bendición, reniegan de los hijos y acaban castrándoles el alma, sin permitirles desarrollar plenamente su personalidad, en forma egoísta mutila la esperanza de esos pequeños seres que no pidieron venir al mundo, convirtiéndolos en personas vacías, seres enfermos del alma y el corazón que acaban dañando a la sociedad.
Gracias a Dios, la gran mayoría de las madres sí aman verdaderamente a sus hijos, dan hasta la vida por ellos y entienden que son bendecidas por Dios; cuando aman a sus hijos son muy afortunadas; no hay madre pobre, ni fea, ni vieja, el amor que ellas poseen en la grandeza de su alma, las convierte en lo seres más maravillosos de este mundo, después de Dios.
Dichosos quienes aún tienen con vida a su madre, y que éstas los llena de su amor, su protección y bendición; y desafortunados los que ya perdieron a uno de estos maravillosos seres y triste, para aquellos cuya mujer que los parió no les da amor, sino golpes, desprecio y olvido.
Es claro, que también existen infinidad de hijas e hijos que recibiendo todo el amor y la protección de su madre, la tratan mal, la humillan y desprecian; finalmente, las echan al olvido en el rincón más feo de sus casas, si bien les va, o un cuartucho mal oliente de cualquier asilo, en donde se vuelven invisibles.
Los hijos ingratos también están en todas partes, es claro que éstos no merecen el amor que sus madre les dio, como escribiera Carlos Fuentes: “Nos olvidamos de nuestra obligación moral de convertirnos en padres de nuestros padres, sobre todo, cuando éstos envejecen y comienzan a caminar como si estuviera dentro de la niebla, lentamente y con imprecisión”.
Ese olvido de muchos hijos llega cuando éstos se olvidan que cuando fueron pequeños, su madre los tomó con fuerza de la mano y los cobijaba en su pecho para que no temieran a la soledad; el mismo miedo que ella tiene ahora como anciana.
Es necesario hacerse responsable de aquella vida que nos engendró y que al pasar los años, depende ahora de nuestra vida para morir en paz; la vejez de la madre se considera el último embarazo, siendo este periodo de vida, la oportunidad de los hijos para devolverle los cuidados y el amor que ella, nos dio desde que estábamos dentro de su vientre.
¡Dios las bendiga siempre, madres admirables!