La Redacción
Mujeres ofrecen su testimonio, sus “voces de la pandemia”, a los lectores de Proceso. Entre ellas, una Criminóloga denuncia la campaña de odio desatada en las redes sociales contra ella y su familia, luego de saberse que su madre murió víctima del Covid-19.
Tania
Mi madre muere a las 5:28 de la tarde de aquel terrible 23 de Marzo de 2020 tras haber perdido la batalla contra el Covid-19, enfermedad que le fue confirmada en ese momento con los resultados de laboratorio. Esto, en un contexto aún incrédulo acerca de la existencia y magnitud de la letalidad del virus SARS-CoV-2.
De forma inmediata pasó algo que no esperábamos: un ataque feroz en las redes sociales contra mi familia, que continúa a un mes de la muerte de mi madre. Dicho ataque se inició después de que varios integrantes de la familia informamos en nuestros perfiles de Facebook su muerte por Covid-19.
En sólo un par de minutos empezaron las agresiones sistemáticas, con características de una campaña organizada de forma profesional, con los siguientes ejes principales: culpar a las víctimas -es decir a mi madre- de su propia muerte y a mi hermano menor de “haber contagiado a mi madre” (cuando ni un infectólogo puede determinar el origen, medio y cadena de transmisión con certeza); negar los hechos y catalogarnos como mentirosos, por ejemplo de la muerte, la confirmación del Covid-19 y hasta de nuestra propia existencia; burlarse aplaudiendo la muerte de mi madre como forma de castigo; realizar juicios de valor en nuestra contra con base en aberrantes estereotipos de sexo, género, condición social y percepciones subjetivas y tergiversadas de la realidad, replicando algunos discursos del Presidente de la República Mexicana y del Gobernador de Puebla; realizar comentarios basados en una muy notable ignorancia científica del virus y la pandemia; descalificarnos como gente de “derecha”, “golpeadores del gobierno de Obrador” y “fifís”, de personas con pretensiones de supuestamente dañar al Presidente.
Para esta campaña en redes contra mi familia difundieron imágenes e información personal manipulada. Con ello se pretendió devastarnos psicológicamente y se alentó a que fuéramos agredidos en nuestra persona, vidas privadas, imagen pública, dignidad y condición de víctimas. Por eso entendemos por qué ahora muchos enfermos de Covid-19 y sus familiares sufren el padecimiento en silencio y soledad: por miedo a ser discriminados y violentados, como lo fuimos nosotros.
Pero el dolor no paró allí, sino que tras la muerte de mi madre y el inicio del ataque contra mi familia, fue confirmado que también uno de mis hermanos estaba contagiado de Covid-19, por lo que fue hospitalizado. Todos los demás estábamos preocupados por los posibles contagios, buscando defendernos de las agresiones y al mismo tiempo advertir a la población y al Gobierno de las negligencias que padeció mi madre por parte de los servicios de salud, para que se corrigieran y se evitaran más muertes, cuando a mí también me indicaron que di positivo al Covid-19, así que fui hospitalizada con diagnóstico de neumonía. Con los días fuimos cayendo poco a poco mis familiares y yo en confinamiento u hospitalización.
A un mes de la muerte de mi madre (la primera mujer fallecida y reconocida en las cifras oficiales por Covid-19), en mi familia contamos con cinco personas confirmadas en laboratorio con la enfermedad, cuatro hospitalizados, cuatro con síntomas y dos personas con síntomas leves en actual observación. Toda mi familia y yo hemos sufrido la muerte de mi madre, la enfermedad, la falta de medicinas, los problemas para resolver la alimentación y los cuidados personales de todos durante la enfermedad, al estar aislados los unos de los otros, y con el miedo de que alguien más caiga por el virus, con gran incertidumbre sobre el futuro y con el profundo dolor de ver que nuestra historia se repite en otros hogares.
Para mí fue traumático vivir la enfermedad. La proximidad de la muerte era real, tuve mucho miedo de no tener acceso a los servicios de salud, como le ocurrió a mi mamá; me preocupé por el dinero que costaría la atención médica y por la solvencia económica de mi familia al estar hospitalizados y enfermos varios de nosotros. Los síntomas aparecían uno a uno de forma consecutiva y acelerada, no tenía tiempo de entender qué me pasaba cuando ya había aparecido o se había agudizado otro.
A pesar de que me esforzaba por mantenerme alerta, la enfermedad me tiraba y me impedía mantenerme despierta. En todo mi proceso observé lo indicado por los servicios, traté de seguir defendiéndome de las redes sociales por más que me agredieran, avergonzaran o culparan, continué denunciando las negligencias del Gobierno en el caso de mi madre para prevenir futuros casos, trabajé mucho conmigo misma para no desistir. Sentí mucha frustración al no poder ayudar a mi familia, viendo cómo uno a uno caíamos en el hospital o el aislamiento sin poder abrazarlos o verlos. Llegué a sentirme tan mal que me daban ganas de llorar, eran muchos el dolor y la desesperación de no poder respirar. En esos momentos entendí lo que posiblemente sintió mi madre.
Ahora todos los miembros de mi familia estamos recuperándonos muy lentamente del virus, la neumonía, los estragos a nuestra salud y sus posibles secuelas, y seguimos muy decididos a contribuir con las víctimas de esta pandemia y a comentar las negligencias del Estado para que no haya más contagiados ni se repita nuestra historia, para que se garantice el acceso a la salud y a la vida.
Agradecemos al personal de Salud, al cual reconocemos, admiramos y apreciamos infinitamente por todo el compromiso y entrega con la que lucharon por garantizarnos el mayor grado de salud. Y ofrecemos lo que esté a nuestro alcance (como plasma para ayudar a otros pacientes, nuestros casos para estudios epidemiológicos y clínicos que contribuyan al conocimiento del virus, campañas informativas, acompañamiento a enfermos y familiares para hacerles saber que no están solos), pues sólo juntos y organizados podemos enfrentar mejor esta situación tan adversa. Apro