Max Aub
La implosión de la alianza entre Donald Trump y Elon Musk fracturó el núcleo del poder estadounidense. De una relación simbiótica, el Presidente más disruptivo de la era moderna y el magnate tecnológico más influyente del planeta pasaron a una guerra total, con deslealtades, acusaciones y amenazas económicas. ¿Quién pierde más?
A corto plazo, la respuesta es Musk: Muchos de sus negocios están relacionados con contratos con el Gobierno. Por ejemplo, SpaceX, una compañía de Musk a la que el Gobierno de Estados Unidos ha pagado o prometido alrededor de 21 mil millones de Dólares desde 2008, de acuerdo con un análisis del diario británico The Independent.
Lo opuesto también es cierto: el Gobierno estadounidense es hoy tan dependiente de SpaceX que ahora incluso la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA, por sus siglas en inglés) puede verse metida en problemas, al ser las naves de SpaceX las que llevan y traen astronautas hacia y desde la Estación Espacial Internacional.
El año pasado, el diario estadounidense The New York Times informó que, en el último año, el Gobierno prometió contratos a las empresas de Musk, incluyendo también Tesla, por 3 mil millones de Dólares de 17 agencias federales.
Musk, además, enfrenta posibles investigaciones de sus propias actividades por parte de organismos como la Comisión del Mercado de Valores, que evalúa si infringió las normas cuando compró su participación inicial en X, entonces llamada Twitter, antes de lanzar su OPA por la empresa. Ahora que ya no es parte del gobierno, sus acciones (incluyendo el acceso privilegiado a información) en el lapso que estuvo al frente del DOGE pueden ser blanco de investigaciones y demandas por posible abuso de poder.
«Las amenazas de Trump de recortar subsidios y contratos gubernamentales podrían tener consecuencias reales para Musk. SpaceX es un contratista clave de la NASA, Tesla depende de créditos fiscales federales para vehículos eléctricos, y las empresas de Musk están profundamente integradas en la infraestructura de defensa, aeroespacial y energética. Analistas advierten que una campaña sostenida contra Musk desde la Casa Blanca podría desestabilizar la confianza de los inversionistas, complicar aprobaciones regulatorias y trastocar asociaciones federales por miles de millones», advirtió el diario The Guardian.
Pero Trump tampoco la tiene fácil. La guerra se desató por el rechazo de Musk a un proyecto fiscal que tachó de «abominación», al señalar que podría añadir hasta 2 mil 400 millones de Dólares a la deuda de los Estados Unidos en la próxima década.
Ya sin un lugar en el Gobierno ni en el corazón de Trump, Musk no sólo se lleva sus millones, que desde la campaña ha invertido en el magnate (más de 300 millones de Dólares) y sus proyectos («sin mí no hubieras ganado», le espetó), sino que tiene una trinchera, X, de 563 millones de usuarios desde la cual puede bombardear no sólo esta iniciativa, sino cualquier proyecto de la administración actual.
Estrategas demócratas temen que la pelea Trump-Musk beneficie a este último en otro sentido: reforzando su imagen de outsider poderoso capaz de desafiar al establishment. Musk ha insinuado públicamente la posibilidad de fundar un nuevo partido político. «El pueblo ha hablado. Se necesita un nuevo partido político en Estados Unidos que represente al 80% de en medio. Y exactamente el 80% de en medio está de acuerdo. Es el destino», posteó ayer en X.
Aunque por su lugar de nacimiento no puede aspirar legalmente a la Presidencia, su capacidad para atraer votantes desencantados de ambos bandos, sumada a una fortuna personal capaz de financiar campañas enteras, plantea un desafío real al sistema bipartidista.
Trump, en público, minimiza el conflicto: «Ni siquiera estoy pensando en Elon, el pobre tiene un problema», dijo a CNN. «El hombre ha perdido la cabeza», añadió, para más tarde decir que: «Le deseo el bien».
Pero en privado, su equipo reconoce el daño. El proyecto de ley fiscal, piedra angular de su segundo mandato, se ha vuelto políticamente tóxico. Y Musk es una amenaza para su agenda y su partido. Con las elecciones de medio término acercándose, la ruptura abre la puerta a un cambio en el equilibrio de poder: si Musk decide financiar candidatos alternativos o retirar su apoyo económico a los republicanos, podría alterar por completo el mapa electoral y el futuro del partido de Trump, y de éste mismo.
A esta guerra no le falta ningún ingrediente: ni siquiera los secretos que cada uno sabe del otro, desde posibles adicciones de Elon hasta la implicación que sugirió Musk sobre Trump con el difunto pederasta Jeffrey Epstein. Mientras los estadounidenses hacen memes del «Alienlon vs DepredaTrump», expertos sostienen que el caos actual podría ser una oportunidad para reformar las reglas del juego y limitar la influencia empresarial directa sobre las políticas públicas y restaurar los equilibrios entre poderes. Otros, más pesimistas, ven en este episodio una confirmación de que la política ha sido colonizada por el dinero sin retorno posible.
El Big Beautiful Breakup, (el hermoso rompimiento), como lo han llamado comentaristas aludiendo al Hermoso proyecto fiscal que causó todo, no es solo una pelea entre Trump y Musk. Es la muestra de los excesos de personalismo que hoy configuran el poder en EU. No se sabe cómo terminará, pero lo que está claro es que nadie saldrá ileso. Sun