Cómo Negociar con Tiburones y no
ser Charal; De la Madrid y Camacho
Carlos Ramírez
En las negociaciones terminales del gobierno ha habido dos casos que ayudarían a entender por qué México perdió con Trump, y los dos conocidos por Marcelo Ebrard Casaubón.
En junio de 1986, De la Madrid envío a su secretario de Hacienda, Jesús Silva Herzog, a negociar a Washington con los bancos, el FMI y el Tesoro más plazos y más créditos porque no podía pararse la devaluación. Los Bancos, el FMI y el Tesoro dijeron que no, si México no aplicaba un superajuste recesivo. Sin margen de maniobra, Silva dijo que sí y regresó a México a una reunión de gabinete para firmar una nueva Carta de Intención.
Pero De la Madrid, azuzado por su secretario de Programación y responsable del sobrecalentamiento de la economía, Carlos Salinas de Gortari, dijo que no más ajuste. E instruyó a Silva a regresar a Washington para decirle al FMI, bancos y Tesoro que no habría recesión, sino que se aplicaría el nuevo enfoque de “crecer para pagar”. Silva, un ortodoxo neoliberal, montó en cólera, salió de la reunión de gabinete, fue a su oficina, redactó su renuncia y se la mandó primero al Financial Times. Obvio, lo crucificaron, con el secretario de Gobernación, Manuel Bartlett Díaz, como la voz de mando.
El nuevo secretario de Hacienda, Gustavo Petricioli, regresó a Washington a renegociar rudo con los bancos y presentó su oferta: más crédito sin recesión o moratoria de la deuda. Los bancos se pasmaron, pero no le creyeron. Las negociaciones se agotaron. Y una tarde, desde el teléfono de su hotel, Petricioli informó al presidente De la Madrid que habían fracasado las negociaciones, que había que preparar los documentos de la moratoria y que le enviara urgente el avión del Banco de México para regresar al país.
Los servicios de inteligencia de la Casa Blanca escucharon la conversación, vieron el fantasma del colapso de los bancos por la moratoria mexicana, y del Tesoro llamaron a Petricioli para negociar en los términos mexicanos. Al final, una crisis financiera de México reventaría una crisis mundial que los EE. UU. no podrían manejar. Con esa negociación ganó Salinas de Gortari la candidatura presidencial de 1988, aunque la crisis del sexenio de De la Madrid hubiera sido su irresponsabilidad.
Otra negociación exitosa fue la de Manuel Camacho Solís con el EZLN del Subcomandante Marcos. La agenda caliente fue la exigencia del guerrillero de la renuncia de Salinas de Gortari y la convocatoria a nuevas elecciones. El tema era imposible, pero por primera vez, vía un guerrillero armado, conquistaba las primeras planas. Por tanto, la negociación de Camacho no fue la paz ni una agenda de inversiones sociales en la zona chiapaneca, sino sacar el tema de la renuncia.
Camacho negoció en la orilla, y lo sabe muy bien Marcelo Ebrard Casaubón que era su principal colaborador y estuvo al tanto de todos los secretos de las pláticas de paz. La argumentación de Camacho fue plantearle a Marcos lo que no se podía negociar (la renuncia de Salinas) y sobre todo le adelantó las consecuencias militares de su insistencia: el aniquilamiento de los guerrilleros. Ya en la realidad, Marcos midió sus fuerzas y aceptó borrar del acuerdo de paz el punto de la renuncia de Salinas.
En toda negociación se debe tener muy claro quién pierde más y quién puede doblegar al adversario con los escenarios catastrofistas. Si bien la moratoria en 1986 hubiera colapsado a México, las pérdidas mayores habrían sido para bancos acreedores y el Tesoro. Y Marcos sabía que los retrasos en las pláticas de paz habían ido fortaleciendo al sector de los duros en el gabinete de Salinas de Gortari. Ambos casos fueron conocidos de cerca por Ebrard, porque trabajaba con Camacho y éste en 1986 era asesor político del presidente De la Madrid, trabajaba en el primer circulo salinista y era secretario de Desarrollo Urbano del gabinete.
Lo peor que puede ocurrir en una negociación es mostrar miedo: De la Madrid y Camacho nunca mostraron rostro de bluff a sus interlocutores, pero a Ebrard se le notó el temor y la falta de seguridad en sí mismo cuando tuvo los primeros contactos con el equipo de Donald Trump. Y en todo caso, el presidente López Obrador siempre ha preferido un mal arreglo que un buen pleito y en sus contactos con Trump ha revelado su falta de audacia para negociar.
Y en negociaciones de “va mi resto”, la audacia es el juego.
Sinaloa. Por tercera ocasión el gobernador sinaloense Quirino Ordaz Coppel sale en primer lugar de aprobación (72.9%) en la encuesta México Elige, contrastando con el último sitio para el gobernador priísta mexiquense Alfredo del Mazo Maza. Algunos analistas (José Luis Camacho en Eje Central) comienzan a preguntarse las razones de ese posicionamiento, cuando el PRI sigue hundiéndose. Y como dato contrastante, el presidente López Obrador sigue cayendo de su pico de 73% a 52.3% de aprobación en junio. En Palacio Nacional están indagando por qué Quirino sigue arriba del presidente.
Política para dummies: La política es un juego de póker donde gana la audacia, no el valor de las cartas.
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