Max Aub
Cuando Donald Trump regresó a la Casa Blanca, en enero pasado, lo hizo acompañado de un grupo compacto de ideólogos que durante años habían afilado una visión radical del futuro estadounidense. Peter Navarro, Stephen Miller y un puñado de estrategas como Steve Bannon, Russell Vought y Roger Stone no sólo moldearon el contenido de sus discursos, redibujaron la arquitectura de su segundo mandato. Desde las oficinas del ala oeste en la Casa Blanca, el mensaje fue claro, esta vez, en el segundo mandato, no habría frenos, ni moderaciones, ni diplomacia.
Entre ellos, Navarro y Miller destacaron como los grandes arquitectos de la nueva ofensiva nacionalista estadounidense.
De acuerdo con sus ideólogos, el primer periodo de Trump fue, en muchos sentidos, un experimento torpe, un avance entre impulsos y tensiones internas.
Navarro y Miller ya estaban ahí, pero limitados, frenados por un aparato institucional que aún confiaba en su propia permanencia. Esta vez, en cambio, llegaron con poder absoluto. Desde los primeros días de la nueva administración no hubo dudas, este renovado presidente Trump era el suyo, el que pondría en práctica sin frenos sus visiones extremas sobre lo que Estados Unidos debía ser.
Navarro, fortalecido tras su breve encarcelamiento en 2024 por desacato al Congreso, regresó como consejero principal de Comercio y Manufactura, con poderes ejecutivos ampliados. Su diagnóstico era tan sencillo como brutal, la dependencia global había matado la autonomía estadounidense y sólo un proceso radical de repatriación económica salvaría al país. En menos de tres meses, Navarro diseñó un esquema de aranceles generalizados, alcanzando 145% sobre productos chinos, 10% a productos europeos, 25% a la industria automotriz mundial y aranceles estratégicos contra México y Canadá. Para Navarro no era una cuestión de balanza comercial, era una cuestión de supervivencia nacional.
«Hemos sacado nuestra columna vertebral industrial. Es hora de recuperarla con fuego», proclamó Navarro en una entrevista con Fox Business en febrero de 2025, mientras Trump firmaba órdenes que penalizaban a empresas que manufacturaran fuera del país, ofrecían subsidios masivos para reabrir fábricas y restringían la compra de bienes extranjeros para el consumo gubernamental. El comercio, bajo Navarro, ya no es una negociación, es un campo de batalla donde la apertura es una traición.
A la par, Miller reapareció con una fuerza implacable. Ya no era sólo asesor principal, Trump lo designó como Subdirector de Gabinete para Políticas y asesor de Seguridad Nacional en materia migratoria, cargos que, en los hechos, le dieron el control total sobre la política interna de inmigración y ciudadanía.
En cuestión de semanas ejecutó un programa que había estado redactando durante años, cierre a la petición de asilo en la frontera sur, fin de la ciudadanía por nacimiento, creación de centros de detención masivos en zonas rurales y una operación de deportación sin precedentes, descrita como «el mayor movimiento de limpieza migratoria de la historia moderna».
Una oración donde la frase «limpieza migratoria» contrasta profundamente con su origen judío y su historia familiar; considerando el concepto de «limpieza racial» nazi.
«La inmigración masiva cambia no sólo la economía, cambia el alma de una nación», repitió Miller en su discurso inaugural ante funcionarios del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos (DHS, por sus siglas en inglés) en enero de 2025.
Cada nueva política no sólo expulsa a personas, busca, conscientemente, redefinir el concepto mismo de quién puede ser considerado estadounidense. Ideas que comparten y promueven los grupos supremacistas y pronazis estadounidenses.
Navarro y Miller, cada uno desde su trinchera, han estado construyendo una Unión Americana sitiada. Uno atacando las cadenas comerciales que los conectaban al mundo; el otro desmantelando los puentes humanos que durante siglos habían hecho crecer al país. Trump, lejos de moderarlos, los convirtió en la voz oficial de su segundo mandato. «Una nación sin fronteras fuertes pierde su esencia», repetía en sus mítines, eco de las memorias de Navarro. «Si no controlamos nuestra inmigración, dejamos de ser una nación soberana», recitaba, absorbiendo cada línea que Miller escribía para él.Sun