Inder Bugarin, Corresponsal
La guerra de Rusia en Ucrania está alejando aún más el objetivo de poner fin al hambre y la malnutrición en todas sus formas para el 2030.
La pandemia de Covid-19 había complicado el cumplimiento compromiso mundial de una dieta saludable y asequible para todos, ahora el choque bélico entre dos titanes agrícolas parece retrasar aún más el proceso hacia las metas globales de nutrición.
La combinación de los efectos de la guerra, desde las sanciones internacionales impuestas a Rusia y Bielorrusia, hasta la suspensión de las exportaciones agrarias en la región del Mar Negro como resultado de las hostilidades, ha provocado una escalada de los precios, lo que ha generado una situación de carestía de alimentos.
El índice de precios de los alimentos de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) se situó el mes pasado en un promedio de 159.3 puntos, 12% más que en febrero, el nivel más elevado desde su creación en 1990. El aumento obedeció en gran medida a los máximos históricos registrados en los precios de los aceites vegetales, cereales y carne. La subida repentina de los precios mundiales del trigo y los cereales secundarios, está asociada a las perturbaciones generadas por el conflicto a las exportaciones de Ucrania y Rusia, indica la FAO.
«Las guerras han perturbado la agricultura a lo largo de la historia. Pero por la naturaleza de la guerra de Rusia en Ucrania, una guerra entre dos potencias agrícolas, en un contexto de mercados globalizados, presenta consecuencias nunca antes vistas para la agricultura mundial y la seguridad alimentaria», sostiene Caitlin Welsh, directora del Programa sobre Seguridad Alimentaria Global del Center for Strategic and International Studies (CSIS), con sede en Washington.
Rusia suministra a nivel mundial 20% del grano de exportación, mientras que Ucrania 10%. En algunos subíndices tienen una participación aún mayor; por ejemplo, Ucrania suministra casi la mitad de las exportaciones de aceite de girasol en el mundo. Según el análisis del CISIS, la actual crisis alimentaria es distinta a otras del pasado, como la de 2007-08 a causa de sequías simultáneas en diversos países exportadores.
La guerra está perturbando simultáneamente tanto el mercado de insumos como el de los productos agrícolas finales. Por un lado, hay un ataque deliberado de las fuerzas rusas a la infraestructura agrícola ucraniana, la cual contribuyó en 2020 con más de 9% del PIB. El reporte de Welsh sostiene que al golpear todos los aspectos de la agricultura ucraniana, desde sembradíos, almacenes, mercados, carreteras, puentes y puertos, «Rusia intenta paralizar la economía agrícola de Ucrania, cortando así una fuente importante de ingreso».
Por el otro, las sanciones internacionales están limitando la capacidad de los países para responder a los impactos de los precios mundiales. Una medida de contención podría ser aumentar la producción interna, pero los altos precios de los fertilizantes y el combustible frenan la productividad de los agricultores. Rusia tiene prácticamente el monopolio de exportación de los fertilizantes. Las consecuencias son palpables. En total, 26 países en desarrollo son identificados por la FAO como extremadamente dependientes del grano ruso y ucraniano, pues más de 50% del trigo que consumen proviene de estos países. Algunas naciones se ubican en el África subsahariana, donde vive uno de cada cuatro niños que padece emaciación.
La dependencia de Somalia y Eritrea es total, importan de Rusia y Ucrania 92% y 99% del trigo, lo mismo que Mongolia y Kazajistán, en las regiones de Asia Oriental y Central. UNICEF pone la alerta sobre la vulnerabilidad de los niños en Medio Oriente y África del Norte.
Para Aly Abousabaa, director del Centro Internacional de Investigaciones Agrícolas en Zonas Áridas (ICARDA) con sede en Beirut, en el Norte de África, el África subsahariana y Medio Oriente, se están generando las condiciones para «la tormenta perfecta». La guerra se suma a desafíos existentes provocados por conflictos internos, el cambio climático, el desempleo y el debilitamiento de la economía por la pandemia.
Los expertos del Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias (IFPRI), con sede en Washington, sostienen que los riesgos planteados por la guerra para la seguridad alimentaria mundial requieren de una serie de respuestas por parte de los gobiernos y los organismos internacionales. Entre otras, recomiendan eximir de las sanciones a los alimentos y los fertilizantes, evitar el acaparamiento, las compras de pánico y las restricciones a las exportaciones. Para mitigar el impacto de las subidas de los precios en los más pobres, aconseja a los gobiernos dirigir los subsidios alimentarios a los más vulnerables.
En el primer año de la pandemia, una de cada tres personas en el mundo careció de acceso a alimentos adecuados, es decir, 2 mil 370 millones, un aumento de casi 320 millones de personas con respecto al año previo. Todo indica que la malnutrición en ascenso se prolongará a causa de la ofensiva rusa en Ucrania. Sun